Un discurso similar al que proclamaba la Iglesia Católica, y al que hacía referencia en la primera parte, es el que defiende siglos más tarde, el Dr. Juan Gutiérrez Godoy, en una obra de 1629 con un largo título: “Tres discursos para probar que están obligadas a criar a sus hijos a sus pechos todas las madres, cuando tienen buena salud, fuerzas, buen temperamento, buena leche y suficiente para alimentarlos”, en él hablaba así de la “lactancia mercenaria”, a pesar de que en las casas nobles pasaban un exhaustivo control médico: “No pueden los sentidos de los médicos penetrar todas las cosas ocultas que hay en las amas, o con alguna enfermedad oculta o hereditaria, que las más de las veces es imposible poderlo averiguar”. En otro momento llega a decir: “Quiero, pues, probar que las inclinaciones buenas o malas se introducen con la leche”. Pero la tradición de las amas de cría era imprescindible en las casas de la nobleza española y progresivamente se instituye en la rica burguesía.
D. Manuel Bretón de los Herreros escribía en el siglo XVIII “Los españoles pintados por sí mismos” y en él , dedicado a la nodriza, dice:
“¡Qué es ver a la prolífera Cantabria,
desde Irún a la Puebla de Sanabria,
cual allá de sus mares
acarrea besugos y salmones,
madres acarrear al Manzanares!”
Pasa a describirlas de una forma cruel en lo físico, en lo moral y en su comportamiento, de modo que “sirvan de aviso para quienes buscan ama de cría para sus hijos.”
En otro momento escribe: “El litoral de nuestro Océano Cantábrico provee en su mayor parte a Madrid de esta humana mercancía, cuya casta más aventajada se produce en el famoso valle del Pas, de donde se deriva el nombre de pasiegas con que designamos a todas las amas de leche, aunque no sean de menos pujanza y calibre las que procedan del Bierzo o de los montes de Oca”. Y es que la fama de las mujeres del valle del Pas en Cantabria se extendió por toda nuestra geografía; desde finales del XIX se sabe que acudían a Granada, en esta ciudad está la Plaza de las Pasiegas, frente a la fachada principal de la catedral, dónde se dejaban ver hasta ser contratadas por mujeres de la burguesía granadina a punto de ser madres.
Eran mujeres muy jóvenes, madres que habían dejado a su hijo casi recién parido al cuidado de la familia, que emigraban en busca de una vida mejor, algunas traían un “certificado” del cura de su pueblo en el que constaba su “buena conducta moral”.
La nodriza que entraba en una casa rica podía quedarse mientras duraba la crianza del niño o de los sucesivos hijos que tenía la señora y era el sostén económico de su familia.
Pero no sólo se contrataba a nodrizas a “tiempo completo”, es decir, que pasaban a formar parte de la servidumbre de las casa ricas, siempre pasando un reconociemiento médico, sino que otras muchas se congregaban en determinados lugares de la ciudad para ser alquiladas por horas. Muchas de estas mujeres habían dejado a sus propios hijos abandonados en la Inclusa.
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