Derecho de Familia y Pediatría

El pasado sábado nos reunimos en Elche los pediatras extrahospitalarios de la provincia de Alicante para hablar de Derecho de Familia y Pediatría y para ello invitamos a Dña. Sandra Peinado, Magistrada-Juez Titular del Juzgado de Familia de Elche, una Magistrada con amplia experiencia en Familia, que además lidera un plan piloto en mediación familiar en nuestra Comunidad desde el año 2010. La reunión mereció la pena por la información que nos facilitó y porque nos abrió temas para la reflexión.

A lo largo de los años la realidad social va cambiando y surgen situaciones nuevas a las que hay que dar respuesta. El creciente número de divorcios, muchos de ellos conflictivos, suponen para todos los miembros de la familia un proceso doloroso que se resolverá más o menos pronto en la medida que padre y madre sean capaces de poner la mirada en sus hijos y sacar lo mejor de sí mismos, pero no siempre es así, los pediatras lo vemos a diario.

Precisamente el pasado octubre los profesionales sanitarios recibíamos Instrucciones de la Consellería de Sanitat regulando la atención en los Centros Sanitarios Públicos de los hijos menores cuyos padres no conviven, instrucciones que serán de aplicación siempre y cuando los progenitores ostenten conjuntamente el ejercicio de la patria potestad.
Nos recuerdan a los pediatras que debemos tener información de la situación y ambiente familiar y social del menor y debe constar en la historia clínica, por tanto los padres deben colaborar aportando dicha información. También los pediatras tenemos la obligación de informar a ambos progenitores sobre el estado de salud del menor; tanto el padre como la madre pueden solicitar información de las consultas realizadas o pedir copias de los informes que consten en su historia clínica y debemos facilitárselos.
Quedan aclaradas también otras consultas frecuentes:

  • A petición de cualquiera de los progenitores, la Consellería de Sanitat podrá expedir una copia de la tarjeta sanitaria del niño, de este modo se garantiza que ambos progenitores dispongan de la tarjeta del menor.
  • Los menores estarán asignados a un centro de salud y a un pediatra en función del domicilio en el que el menor esté empadronado y en ningún caso el menor de edad podrá tener asignados dos centros de salud ni dos pediatras, como alguna vez se ha solicitado.
  • En el caso de hospitalizaciones se garantizará que los menores puedan ser visitados por cualquiera de sus progenitores.
  • En el caso de situaciones que requieran consentimiento informado, por ejemplo en intervenciones quirúrgicas, los padres deberán prestar conjuntamente su consentimiento. En los casos en los que falte consenso entre ambos progenitores, y siempre que se ponga en riesgo la salud del menor, se pondrán los hechos en conocimiento del Ministerio Fiscal. Es de sentido común que en situaciones de urgencia vital o en decisiones cotidianas de poca trascendencia será el progenitor que se encuentre en ese momento con el hijo el que tome las decisiones.

Pero hay más situaciones para reflexionar y que no dio tiempo a tratar: ¿cómo debemos actuar cuando un adolescente nos pide que no contemos a sus padres algo que nos ha relatado en la consulta?. La respuesta no es fácil, no hay reglas generales, hay que valorar cada caso, su madurez, si existen riesgos para su salud, etc. Sabemos que perderemos su confianza si hablamos con los padres pero por otro lado si tomamos la decisión de no informarles ¿tenemos respaldo legal?. Para dar respuesta a este dilema hace ya unos años se empezó a hablar del menor maduro, pero esta figura ¿tiene entidad jurídica?.

Plantearemos un segundo encuentro.

Por amor a mi familia

Añadimos a los libros recomendados este nuevo “parto” de mis queridas Eva Bach y Cecilia Martí que acaba de ver la luz.
Al igual que en El divorcio que nos une, vuelven a utlizar un método epistolar para ir reflexionando acerca de la tarea de ser padres, desdramatizando, porque no lo hacemos tan mal.

Para mí su lectura ha sido tranquilizadora, un bálsamo… miran a los padres con dignidad y va creándose, a lo largo de los capítulos, una música de fondo que serena. Hay una mirada profunda y esperanzadora sobre el hecho de educar. Como dice en la portada: un regalo para el alma de padres, hijos, abuelos y educadores.

Piensa qué puedes hacer para arreglarlo

Hace unas semanas comentaba que las disculpas es mejor pedirlas cuando se sienten de verdad y que muchas veces un “me sabe mal” simple y sincero es más que suficiente. Pero también hay veces en que no lo son, en que hace falta algún gesto o alguna acción que repare el mal que se haya podido ocasionar.
Estas acciones reparadoras es bueno que las planteemos como una manera de compensar al otro por el posible agravio y no como un castigo para el que lo ha cometido. También es recomendable que guarden relación con el perjuicio causado y que al principio las sugiramos los padres pero que, poco a poco, sea la propia criatura quien tome la iniciativa de proponerlas y llevarlas a cabo.
Una madre empezó a aplicarlo con su hija y un día, después de disgustar a sus padres, la nena les dijo que para compensarlo, les prepararía una merienda para chuparse los dedos. El estado semi-catastrófico en que quedó la cocina, hizo que la madre dudara de las bondades de este tipo de acciones: “Otro día le diré que no hace falta que haga nada- me decía riendo-, que con la intención me basta”.

Un ejemplo que enseña
Aún y con la parte cómica de la situación, no decía ninguna tontería. Cuando los vínculos afectivos son estrechos- como en el caso de padres e hijos, y el cariño sano, el hecho de demostrar que estamos dispuestos a hacer alguna cosa que lo compense se convierte en reparador por sí mismo. La intención es todo un signo de consideración y, a veces, no hace falta materializarla. Enseñar a los niños- a partir de nuestro propio ejemplo también- a decir “lo siento” cuando de verdad lo sentimos y, a continuación, a pensar por ellos mismos qué pueden hacer para repararlo, o a pedirle a la persona agraviada si pueden hacer alguna cosa para que se sienta mejor, se convierte en liberador para las dos partes. También es más educativo que imponer castigos y bastante más eficaz de cara a propiciar y restaurar la buena sintonía.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.



El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

¿Y si lo decimos con el lenguaje del corazón?

Esta frase la podemos decir a nuestros hijos en algunos momentos, sobre todo cuando ante un conflicto los corazones se cierran o se endurecen.
Hay ocasiones en que la comunicación entre padres e hijos deriva en un desbarajuste y cuanto más hablamos, más grande es el abismo que abrimos entre nosotros. Entonces, esta frase invita a recomenzar desde otro sitio, a dibujar caminos de encuentro, a generar nuevas posibilidades.
Le llamamos lenguaje del corazón porque es breve, claro, directo y preciso, porque conjuga saber y sentir y ayuda a restablecer el flujo amoroso que determinados hechos o palabras pueden haber perjudicado. No implica un tono cursi, ramplón ni endulzado. Lo que si requiere es cambiar de frecuencia, dejarnos de razones, argumentos, acusaciones y reproches y apelar directamente a los sentimientos, a la forma en que nos sentimos unos y otros y sobre todo, a las necesidades que tenemos para sentirnos bien y para estar en mejor disposición para poder escucharnos.
Los padres y madres, y todas las personas que ejercemos alguna tarea educativa, tenemos que aprender el lenguaje del corazón, enseñarlo e invitar a nuestros hijos a hablarlo. De hecho, ellos lo saben cuando son pequeños y a medida que van creciendo lo desaprenden.
Está muy bien hablar idiomas y saber utilizar los nuevos lenguajes tecnológicos, pero hay una cosa más importante todavía: aprender a expresar adecuadamente lo que sentimos y saber encontrar palabras que toquen el corazón de nuestros hijos.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.
 El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

Me duele decirte “no” y sigue siendo “no”

Un conocido poeta recibió la visita de un colega, que se definía partidario de dejar los niños en total libertad para que crecieran siguiendo su propio impulso. El poeta lo invitó a salir al jardín. Una vez allí, le sorprendió mucho que no hubiera ninguna flor.
Todo eran malas hierbas. “Solía estar lleno de rosas –dijo el poeta–, pero un día decidí dejarlas en total libertad y este es el resultado”.
En un pasado reciente, y en determinados ámbitos, los límites se han asociados al uso de la represión y la frustración como herramientas educativas, y han tenido mala prensa. Pero actualmente cada vez más padres nos damos cuenta de la necesidad de poner unos limites prudentes y razonables a los hijos. Los límites son buenos y convenientes cuando están al servicio de la vida, cuando nos ayudan a encarar nuevos retos de una manera realista, prudente y gradual. Cuando nos protegen de todo aquello que no podemos afrontar con garantías de salir mínimamente bien parados. También son positivos cuando favorecen la convivencia y nos orientan en relación con lo que corresponde y lo que no corresponde en cada momento, con lo que es adecuado o inadecuado en cada lugar y situación.
A muchos padres nos cuesta poner límites, y a menudo nos cuesta mucho, también, mantenerlos un vez puestos. A veces porque somos incapaces de tolerar las protestas que acostumbran a generar en las criaturas y otras veces porque tener que decir “no” a nuestros hijos nos duele tanto o más que a ellos.
Que en algunas ocasiones nos duela decir “no”, no nos tendría que impedir decirlo. Para poner un límite no hace falta recurrir a un autoritarismo insensible y radical. Hacer saber a nuestros hijos que nos sabe mal decirlos no y que a pesar de todo es “no”, confiere más consistencia a este no. Además, supone una manera amorosa, y firme a la vez, de ejercer la autoridad y de mantener una negativa que consideramos coherente y apropiada.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar. 

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

 

Lo que nos decimos, subtitulémoslo

La comunicación entre padres e hijos sería más sencilla si pusiéramos subtítulos que tradujeran en clave emocional las cosas que nos decimos. Especialmente, en la adolescencia. Los adolescentes están en plena efervescencia emocional y les cuesta pararse a reflexionar sobre las auténticas necesidades que laten tras sus impulsos. Por ello, raramente nos piden lo que verdaderamente necesitan y pocas veces expresan lo que realmente sienten. Los padres deberíamos ayudarles a identificarlo. Pero, a menudo, estamos tan o más verdes que ellos en este sentido. Estamos desconectados de nuestras emociones profundas o bien nos falta un vocabulario adecuado y preciso para expresarlas.

Modos de afrontarlo
Imaginemos por un momento, que adquirimos más destreza emocional y que, en vez de chillar como desesperados, les decimos: «Estoy enfadada y no es un buen momento para hablar». En vez de entrar en fuegos cruzados, decir: «Esto me duele mucho y requiere una disculpa por tu parte». En vez de desconfiar o dudar de ellos, explicarles: «Esto me preocupa y por eso estoy tan pendiente de ti». En vez de mostrarnos decepcionados y recriminar sus errores, decir: «Te quiero aunque te equivoques y estoy aquí para ayudarte».
Si nosotros ponemos luz y claridad a nuestras emociones y tenemos más presente nuestra manera de sentir, nuestros hijos también tendrán más presente la suya y quién sabe si, algún día, en vez de decirnos «Déjame en paz» nos dirán «Sigue pendiente de mí, aunque parezca que no me haces falta». O en lugar de emprenderla con nosotros, confesarán: «Estoy hecho un lío y me desahogo contigo porque sé que me lo aguantas». Imaginemos, por un momento, que unos y otros aprendemos a subtitular emocionalmente lo que nos decimos. El resultado puede ser una comunicación más grata, comprensible y directa al corazón.

Su autora, Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.