Síndrome de Alienación Parental


Hoy, en el suplemento de salud del periódico Información, publico el siguiente artículo:

Hace unos días leía en la prensa digital la noticia: Un estudio matemático predice un 50% de aumento de los divorcios en cinco años
Un equipo de investigadores del Instituto Universitario de Matemática Multidisciplinar de la Universitat Politècnica de València ha realizado un estudio que predice un incremento del 50% en el número de divorcios en España en los próximos cinco años.

En la mayoría de las separaciones los conflictos son la norma. Los pediatras lo vemos a diario, sufren todos los miembros de la familia, es un proceso doloroso que se resolverá más o menos pronto en la medida que padre y madre sean capaces de poner la mirada en sus hijos y sacar lo mejor de sí mismos.

En el otro extremo está lo que se ha venido a llamar síndrome de alienación parental (SAP), un proceso que se caracteriza porque uno de los progenitores, habitualmente el que tiene la custodia, manipula a los hijos para que rechacen al otro; es al fin y al cabo una forma de maltrato al menor.

Fue el psiquiatra estadounidense Richard Gardner quién introdujo, en 1985, este término y según muchos informes se dá en un tercio de las separaciones contenciosas. Se denomina padre alienador el que quiere excluir (mejor denominarlo “padre aceptado”) y el excluído del mundo afectivo del hijo padre alienado (mejor denominarlo “padre rechazado”). Evidentemente hay distintos grados: hablar mal del otro progenitor, hacerles partícipes a los hijos de la rabia que siente hacia el otro o de los conflictos de pareja que han llevado al divorcio, desvalorizarlo, culpabilizar de todo al padre alienado y a veces también al hijo… hasta llegar a una manipulación psicológica del hijo que puede incluir denuncias falsas al otro progenitor.

Hablamos de Síndrome de Alienación Parental cuando existe un maltrato psicológico del progenitor “aceptado” sobre el hijo y el progenitor “rechazado”. Está claro que esta forma de maltrato al menor le causará graves problemas, caen en un conflicto de lealtades por el que pagan un precio muy alto.

Detrás de esta situación no hay, como en el caso del Síndrome de Munchausen por poderes (una forma de abuso infantil en la que el padre o la madre induce en el niño síntomas reales o aparentes de una enfermedad) un problema mental del progenitor “aceptado”, es la utilización de los hijos como modo de mitigar su rabia, para hacerle daño al otro al que siente culpable de la situación, por venganza. Suelen ser personas egocéntricas e inmaduras.

El SAP se detecta sobre todo en niños de 7-14 años de edad. En los más pequeños podemos observar inestabilidad emocional, inseguridad, sentimiento de abandono y al mismo tiempo gran dependencia del padre “aceptado”, conductas más infantiles de las que les corresponden por su edad y estallidos de conductas violentas. En las edades de 7 a 11 años viven la lucha entre el rechazo y el recuerdo de momentos agradables vividos con el padre excluído; frente a esta dualidad pueden radicalizar el rechazo. Por encima de los 12 años puede haber otras fuentes de información que dificulten la manipulación del menor, no obstante también se detectan casos. Con el desarrollo del hijo, progresivamente, irá teniendo una visión más objetiva de las relaciones con el padre rechazado y si supera el temor a la respuesta que pueda tener éste, suele darse el acercamiento.

Separados como pareja, juntos como padres

Esta es una de las frases más tranquilizadoras que les podemos decir a los hijos cuando los padres se separan. Separados como pareja significa que los padres ya no vivirán juntos. Juntos como padres significa que los dos los seguirán queriendo y atendiendo, que continuarán siendo un tándem a la hora de educarlos y reuniéndose en los momentos importantes. En definitiva, que sabrán poner el amor como padres y el respeto por encima de las turbulencias emocionales propias de una separación.
Hay padres y madres que pueden decirlo con total convencimiento desde del primer día. Otros, en cambio, quieren decirlo pero no pueden. También hay otros que no tienen ningunas ganas de decirlo. La situación ha llegado a un punto que no quieren seguir juntos ni siquiera como padres.
La lógica preocupación por las criaturas, acompañada de una compasión a veces mal entendida, nos lleva a menudo a descalificar a estos padres. Después de unos años orientando familias que pasan por este trance, me he dado cuenta que este no es el camino. Los padres que cuando se separan se sitúan de espaldas – incluso de uñas-, entre ellos, también son dignos de comprensión. Aunque estén ofuscados, en el fondo de su corazón saben que sus hijos estarán mejor si consiguen pacificarse. Y a eso no se llega con exigencias ni reproches. Se llega partiendo de lo que cada persona siente, y tomándose el tiempo y la ayuda necesarios para poder transformarlo en otros sentimientos más saludables.
Cuando das a entender a un padre o a una madre que lo está haciendo fatal, seguramente se sentirá culpable o molesto y lo más probable que se le cierre el corazón. Cuando le dices que sabes perfectamente que lo que le pides es difícil, pero que si algún día lo consigue será bueno para su hijo y para sí mismo, un pequeño y poderoso rayo de esperanza atraviesa la gran nube en que se convierte a veces una separación.

Su autora, Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

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Descansamos porque nos funcionan las sinapsis

Una de las cosas que más nos preocupan, a padres y madres, es cómo desarrollar unos hábitos cotidianos saludables en los hijos.
En las conferencias y talleres con familias me preguntan a menudo qué podemos decirles a las criaturas para convencerlas que deben ir a dormir temprano. Muchos padres y madres recurren a justificaciones más o menos típicas como: “tienes que ir porque cuando eres pequeño necesitas dormir más horas, porque si no mañana te costaré mucho levantarte o te dormirás en la escuela, o estarás muy cansada y no rendirás bien…” Todos esgrimen argumentos coherentes y de peso que, no obstante, no siempre funcionan.
A veces, probablemente sin darnos cuenta, tratamos a las criaturas como si fueran un poco bobas. Algunas de las explicaciones que les damos son de lo más simples, como si no pudieran ir más allá de lo evidente. Pero resulta que su potencial es bastante mayor de lo que pensamos. A menudo son capaces de captar el significado de palabras que desconocen y de entender en alguna medida ideas y conceptos que todavía no saben.
A partir de los 5 y 6 años podemos explicarles a las criaturas que nuestro cerebro, para aprender, tiene que hacer unas conexiones que se llaman sinapsis, y que estas sinapsis solamente funcionan bien si descansamos suficiente, es decir, las horas necesarias. Recuerdo con ternura mis hijos con cara de pensar que debe de ser un fastidio que no te funcionen “las sinapsis” y yéndose a dormir convencidos que hacían un gran bien a su cerebro.
Los niños y las niñas pueden comprender y admitir perfectamente explicaciones científicas sencillas, incluso algún término técnico que les resulte desconocido. No tan solo las pueden admitir, si no que, además, les ayuda a aprender, a la vez que hacen posible una comunicación más rica, creativa, eficaz y divertida.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

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Estoy enfadada, pero te quiero igual

Los padres y madres se supone que somos personas adultas y como tales nos deberíamos caracterizar por nuestra capacidad de conjugar sentimientos ambivalentes o contrapuestos, como por ejemplo el enfado y el amor.
Cuando nuestros hijos hacen alguna cosa que desaprobamos, cuando nos tratan de mala manera o nos dicen algún insulto, tenemos todo el derecho a enfadarnos y expresar nuestro disgusto. No sólo tenemos derecho, si no que incluso es recomendable hacerlo. Pero conviene que aprendamos a hacerlo sin dramas, con un toque sereno y manteniendo siempre intacto el amor.
Sería síntoma de una simplicidad y de una inmadurez impropia de un adulto, dar a entender a nuestros hijos que nuestro amor está supeditado a su conducta y que estar enfadados es incompatible con el hecho de amar. Expresiones como “Estoy muy enfadada contigo y no te quiero” o “Si haces eso no te querré”, instauran las bases del chantaje emocional, la dependencia y la sumisión del otro, y puede tener futuras repercusiones negativas en su manera de relacionarse.
Nuestro amor ha de ser sólido, incondicional y gratuito. Debe de estar a prueba de sus conductas, de sus aciertos y desaciertos, y sobre todo de los vaivenes emocionales que todo esto nos genere. Los hemos de querer por quiénes son y por cómo son, y no por lo que hacen o dejan de hacer.
En lugar de convertir nuestro amor en moneda de cambio, es preferible enseñarlos a enfadarse bien, sin explosiones malsanas, sin dramas, represalias ni revanchas, y convertirnos a la vez en un buen referente del hecho que es posible enfadarse si hacer sangre y sin dañar los vínculos afectivos. Esto nos hará fiables a sus ojos y les proporcionará un sentimiento de seguridad imprescindible para crecer emocionalmente sanos.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz

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Investigando los problemas del sueño

El pasado día 11 leía en la prensa digital, con titulares tan llamativos como “Los problemas maritales quitan el sueño de los hijos”, los resultados de un estudio realizado en universidades estadounidenses y británicas y publicado en el último «Child Development»: los autores eligieron a más de 350 familias con hijos adoptados y siguieron a los niños desde los 9 a los 18 meses. En las conclusiones afirman que la inestabilidad marital cuando los niños tenían 9 meses de edad predecía incrementos en los problemas de sueño de los niños cuando éstos tenían 18 meses.
«Hemos encontrado que los problemas de los padres (por ejemplo, los pensamientos de divorcio, la inestabilidad, los conflictos, la discordia, la insatisfacción…) cuando los niños tienen nueve meses de edad predijo problemas para dormir cuando alcanzaban el año y medio de vida. Estos resultados son interesantes porque hemos encontrado una asociación entre los problemas maritales y los problemas del sueño en los bebés a edades anteriores de las que otros trabajos había establecido previamente».

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Estoy contenta cuando venís y cuando marcháis

La frase de hoy, nos la ha dicho alguna vez mi madre y la dedico a todas las madres y padres que, como ella, son abuelos que adoran a sus nietos y sienten un gozo inmenso cuando tienen a sus seres queridos alrededor de una mesa.
La primera vez que nos lo dijo la encontré sorprendente y muy sabia a la vez: “Estoy muy contenta cuando venís y muy contenta cuando marcháis”. De sus cuatro combinaciones posibles, me pareció de lejos la mejor. Si nos dijera que está triste cuando llegamos y triste cuando marchamos, querría decir que tiene una tristeza inmensa y nos entristeceríamos también nosotros. Si nos dice estoy contenta cuando llegáis y triste cuando marchamos, pensaríamos que posiblemente somos su única alegría y se nos encogería el corazón al marcharnos. Si nos dice que está triste cuando llegamos y alegre cuando marchamos, podría querer decir que la hemos alegrado, pero también que se alegra más cuando nos “largamos” que cuando llegamos.
Diciéndonos que está contenta cuando llegamos y cuando marchamos, nos deja muy claro que siempre que vayamos seremos bienvenidos y que, cuando nos vayamos, podemos hacerlo con la tranquilidad de saber que seguirá bien, que su vida tiene alicientes más allá de nosotros que la llenan suficientemente. Teniendo en cuenta los momentos difíciles que le han tocado vivir, entre los cuáles la muerte de nuestro padre, una frase así es un auténtico regalo para nosotros.
De momento no se la he dicho nunca a mis hijos, tal vez porque todavía los tengo en casa y todavía no soy abuela, pero ojalá llegue un día en que se la pueda decir, con una lucidez parecida a la de mi madre. Poder decirles que son una de nuestras alegrías más grandes, y al mismo tiempo que nuestra vida vale la pena por sí misma y es fuente de otras muchas alegrías, me parece una señal inequívoca de un amor exquisitamente maduro y generoso.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz

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