He vuelto a releer el libro de mi amigo Tomás Castillo, Aprendiendo a vivir (Ediciones ceac) en unos días de incertidumbre diagnóstica, afortunadamente no confirmada, y motivo también de este “perezoso” inicio de curso en maynet.
Esta segunda mirada siento que es con otros ojos, con la necesidad de incorporar lo que para mí, en la sencillez de lo obvio, tienen de revolucionario sus reflexiones: La vida convive con la enfermedad y tenemos que «seguir aprendiendo a afrontar este fenómeno con naturalidad, como un componente de nuestro existir.
Nadie se ocupó de educarnos para afrontar la asignatura más difícil de nuestra vida: convivir con la enfermedad, vivir la enfermedad integrándola en nuestra existencia, durante la infancia, la juventud, en la madurez o en la ancianidad.»
El mazazo del diagnóstico de una enfermedad grave, propia o de un ser querido, nos invade con la fuerza de sentirnos diana de la desgracia, como si alguien hubiera acuñado de golpe una fecha de caducidad aunque tengamos por delante años de lucha… después, más serenamente, cuando empezamos a poner la cabeza en marcha, tomas conciencia de que vivimos como si fuéramos seres inmortales, creyendo que todo funcionará adecuadamente y, como dice Tomás, “quizá hay que profundizar en la idea de que la vida tal como la queremos entender no existe. Enfermedad y salud forman parte de nuestra existencia.”
Llega entonces la valoración de lo importante y lo superfluo, el inmenso amor a la vida… y el sentimiento de fragilidad.
La nueva realidad se impone y la enfermedad pasa a ser la protagonista principal, aunque sólo debiera ser “inexorable compañera de nuestra vida.”
En su optimismo que tanto admiro, dice que «probablemente tampoco hemos valorado lo suficiente el protagonismo que tiene la fuerza de la vida en nuestra existencia. La vida se abre camino, constantemente, con una fuerza inusitada». Es así como podemos adquirir la gran capacidad de relativizar lo que nos ocurre, ahuyentar el miedo, atrevernos a encarar la nueva realidad. Es necesario que aflore en nosotros «esa fuerza interior, esas ganas de vivir que la vida induce».
Y dice mucho más, que «disfrutar de la vida depende de la actitud con la que afrontemos la enfermedad que se nos presenta y de cómo convivimos con ella», que «la grandeza de la persona permite convivir con la enfermedad como una mera circunstancia de su vida»…reflexiones que son fruto de su experiencia, de lo vivido, y por eso tienen esa fuerza.
Os animo a leerlo.
¡Gracias Tomás!
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