Lo imperfecto es perfecto, a veces

Vaya por delante que soy amante de las cosas bien hechas y que disculpo los errores pero no la incompetencia, y menos cuando esta se convierte en un mal colectivo que desmerece y arruina un país. La imperfección a la que yo me refiero es otra. Es la de las cosas que todavía están lejos del ideal, la de aquello que está bien pero no termina de convencer, la de lo que no es como querríamos que fuera y no depende de nosotros que llegue a serlo.
La realidad, el mundo y las personas estamos llenas de pequeñas y grandes imperfecciones, que no siempre podemos cambiar. Lo que no hacemos suficientemente bien; aquel amigo que nos sale por peteneras; aquel maestro que es antipedagógico, aquellas palabras que deberíamos haber dicho o que nos deberíamos haber guardado; aquel acto que ha estado mal organizado… Si nos obsesionamos y nos dedicamos a combatirlo, tenemos muchos números para vivir permanentemente insatisfechos. Si consideramos que lo imperfecto forma parte de la vida y lo asumimos con naturalidad, vivimos más relajados nosotros y los que nos rodean.

Es cuestión de límites.
Esta es una de aquellas cuestiones en que de la teoría a la práctica hay un abismo. Podemos suscribir el planteamiento, pero a la hora de la verdad ser padres extremadamente perfeccionistas y exigentes con nuestros hijos, a quienes sometemos a un marcaje agobiante y de quienes minimizamos los aciertos y magnificamos los desaciertos. Nos desesperamos cuando las cosas no se ajustan a nuestros esquemas o actuamos como si se acabase el mundo cuando les toca un maestro antipedagógico.
Lo imperfecto tiene que ver con nuestros límites y con la aceptación de la realidad como es. Aprender a convivir con ello es una cura de humildad y un signo de sabiduría. Dice un escritor de éxito que no existe nada completamente errado en el mucho. Hasta un reloj estropeado, acierta dos veces al día.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.



El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

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