Depresión en la infancia y adolescencia. ¿Qué está pasando?

Publicado en el diario Información


La depresión ha dejado de ser una enfermedad del adulto. En los últimos años han aumentado en pediatría las consultas por síntomas que nos hacen sospechar un trastorno depresivo y por tanto hemos incrementado las derivaciones a las Unidades de Salud Mental Infantojuvenil. La tendencia prevista es que vaya en aumento.
¿Pero de qué cifras estamos hablando?. Varían ligeramente de unos estudios a otros. Acaba de salir publicado un artículo sobre los trastornos depresivos de la infancia y la adolescencia y cuyas autoras, psicólogas y psiquiatra de los Hospitales Clínico de Barcelona y Universitario Mutua de Terrassa estiman que afectaría al 1-2 % de los niños y niñas, aumentando hasta el 8% en la adolescencia. Mientras que en la infancia afectaría por igual a ambos sexos, más tarde la proporción es doble en las chicas que en los chicos.

¿Cuál es la causa?. Como en casi todas las cosas de la vida, son múltiples factores los que intervienen, no una única causa. Hay factores de riesgo familiares, uno de los más estudiados son los antecedentes de depresión. Se ha visto que la existencia de un familiar de primer grado con depresión multiplica por 3-4 el riesgo. También cuentan las interacciones familiares, la relación de los progenitores como pareja, la violencia o la escasa expresión de afecto.
Hay factores de riesgo ambiental como el aislamiento social y aquí la pandemia ha tenido un importante papel.
Y por supuesto factores de riesgo individual, que tendrían que ver con lo genético, con el temperamento y el género.

¿Qué síntomas nos deben hacer sospechar? Los síntomas varían dependiendo de la edad. En la etapa escolar, una edad en la que apenas vienen al pediatra, suelen consultar mucho y por ahí debe ir la sospecha. Se quejan de dolores de cabeza, dolores abdominales o apatía, pero no suelen hacer referencia a síntomas afectivos y pasan desapercibidos. En la adolescencia, por el contrario, sí hablan de sentimiento de tristeza y lloran. Debemos alertarnos si observamos en nuestra hija o hijo adolescente un cambio de actitud y de comportamiento, si pierde el interés por las actividades que realizaba y que le eran placenteras, si presenta altibajos emocionales, tristeza a lo largo del día y de los días o irritabilidad; si se queja por todo, se siente solo o sola, sentimientos de inutilidad o de culpa, opinión negativa de sí mismo/a, sentimientos de desesperanza o pensamientos de muerte.
Todo ello se observa en el entorno familiar, escolar y social.
También puede haber cambios en el apetito, sobre todo anorexia con pérdida de peso, insomnio o por el contrario dormir mas, cansancio, falta de concentración o bajo rendimiento escolar.

La sospecha debe hacernos consultar. No podemos dejarlo diciendo “ya se le pasará” o “puedes superarlo con fuerza de voluntad”. Ante la sospecha es necesario un abordaje en profundidad para hacer el diagnóstico y tratar lo más precozmente posible. Derivamos por ello a las Unidades de Salud Mental Infanto-Juvenil.

Hablar de tratamiento es abrir un abanico de intervenciones. Es necesaria la psicoterapia, en la vertiente que se considere más adecuada: interpersonal, grupal o terapia familiar. Puede ser necesario también un tratamiento farmacológico con antidepresivos o fármacos para tratar otros síntomas, como el insomnio o la ansiedad en la fase inicial.
En este amplio abordaje terapéutico hay que incluir recuperar hábitos saludables perdidos, una alimentación adecuada, las horas de sueño, el deporte o salidas a la naturaleza. Imprescindible siempre el abordaje familiar.

Termino el artículo. Ha sido una mirada al niño, a la niña, al adolescente con sospecha de depresión, una mirada individual. Pero el problema es más amplio, es social. Habrá que plantearse más cosas que a mí se me escapan. Desde luego son necesarias intervenciones psicosociales que promocionen la salud mental de nuestra infancia y adolescencia y trabajar con grupos que tengan factores de riesgo. No hacerlo implica un coste que no podemos admitir.





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