Me duele decirte “no” y sigue siendo “no”

Un conocido poeta recibió la visita de un colega, que se definía partidario de dejar los niños en total libertad para que crecieran siguiendo su propio impulso. El poeta lo invitó a salir al jardín. Una vez allí, le sorprendió mucho que no hubiera ninguna flor.
Todo eran malas hierbas. “Solía estar lleno de rosas –dijo el poeta–, pero un día decidí dejarlas en total libertad y este es el resultado”.
En un pasado reciente, y en determinados ámbitos, los límites se han asociados al uso de la represión y la frustración como herramientas educativas, y han tenido mala prensa. Pero actualmente cada vez más padres nos damos cuenta de la necesidad de poner unos limites prudentes y razonables a los hijos. Los límites son buenos y convenientes cuando están al servicio de la vida, cuando nos ayudan a encarar nuevos retos de una manera realista, prudente y gradual. Cuando nos protegen de todo aquello que no podemos afrontar con garantías de salir mínimamente bien parados. También son positivos cuando favorecen la convivencia y nos orientan en relación con lo que corresponde y lo que no corresponde en cada momento, con lo que es adecuado o inadecuado en cada lugar y situación.
A muchos padres nos cuesta poner límites, y a menudo nos cuesta mucho, también, mantenerlos un vez puestos. A veces porque somos incapaces de tolerar las protestas que acostumbran a generar en las criaturas y otras veces porque tener que decir “no” a nuestros hijos nos duele tanto o más que a ellos.
Que en algunas ocasiones nos duela decir “no”, no nos tendría que impedir decirlo. Para poner un límite no hace falta recurrir a un autoritarismo insensible y radical. Hacer saber a nuestros hijos que nos sabe mal decirlos no y que a pesar de todo es “no”, confiere más consistencia a este no. Además, supone una manera amorosa, y firme a la vez, de ejercer la autoridad y de mantener una negativa que consideramos coherente y apropiada.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar. 

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

 

Lo que nos decimos, subtitulémoslo

La comunicación entre padres e hijos sería más sencilla si pusiéramos subtítulos que tradujeran en clave emocional las cosas que nos decimos. Especialmente, en la adolescencia. Los adolescentes están en plena efervescencia emocional y les cuesta pararse a reflexionar sobre las auténticas necesidades que laten tras sus impulsos. Por ello, raramente nos piden lo que verdaderamente necesitan y pocas veces expresan lo que realmente sienten. Los padres deberíamos ayudarles a identificarlo. Pero, a menudo, estamos tan o más verdes que ellos en este sentido. Estamos desconectados de nuestras emociones profundas o bien nos falta un vocabulario adecuado y preciso para expresarlas.

Modos de afrontarlo
Imaginemos por un momento, que adquirimos más destreza emocional y que, en vez de chillar como desesperados, les decimos: «Estoy enfadada y no es un buen momento para hablar». En vez de entrar en fuegos cruzados, decir: «Esto me duele mucho y requiere una disculpa por tu parte». En vez de desconfiar o dudar de ellos, explicarles: «Esto me preocupa y por eso estoy tan pendiente de ti». En vez de mostrarnos decepcionados y recriminar sus errores, decir: «Te quiero aunque te equivoques y estoy aquí para ayudarte».
Si nosotros ponemos luz y claridad a nuestras emociones y tenemos más presente nuestra manera de sentir, nuestros hijos también tendrán más presente la suya y quién sabe si, algún día, en vez de decirnos «Déjame en paz» nos dirán «Sigue pendiente de mí, aunque parezca que no me haces falta». O en lugar de emprenderla con nosotros, confesarán: «Estoy hecho un lío y me desahogo contigo porque sé que me lo aguantas». Imaginemos, por un momento, que unos y otros aprendemos a subtitular emocionalmente lo que nos decimos. El resultado puede ser una comunicación más grata, comprensible y directa al corazón.

Su autora, Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

Separados como pareja, juntos como padres

Esta es una de las frases más tranquilizadoras que les podemos decir a los hijos cuando los padres se separan. Separados como pareja significa que los padres ya no vivirán juntos. Juntos como padres significa que los dos los seguirán queriendo y atendiendo, que continuarán siendo un tándem a la hora de educarlos y reuniéndose en los momentos importantes. En definitiva, que sabrán poner el amor como padres y el respeto por encima de las turbulencias emocionales propias de una separación.
Hay padres y madres que pueden decirlo con total convencimiento desde del primer día. Otros, en cambio, quieren decirlo pero no pueden. También hay otros que no tienen ningunas ganas de decirlo. La situación ha llegado a un punto que no quieren seguir juntos ni siquiera como padres.
La lógica preocupación por las criaturas, acompañada de una compasión a veces mal entendida, nos lleva a menudo a descalificar a estos padres. Después de unos años orientando familias que pasan por este trance, me he dado cuenta que este no es el camino. Los padres que cuando se separan se sitúan de espaldas – incluso de uñas-, entre ellos, también son dignos de comprensión. Aunque estén ofuscados, en el fondo de su corazón saben que sus hijos estarán mejor si consiguen pacificarse. Y a eso no se llega con exigencias ni reproches. Se llega partiendo de lo que cada persona siente, y tomándose el tiempo y la ayuda necesarios para poder transformarlo en otros sentimientos más saludables.
Cuando das a entender a un padre o a una madre que lo está haciendo fatal, seguramente se sentirá culpable o molesto y lo más probable que se le cierre el corazón. Cuando le dices que sabes perfectamente que lo que le pides es difícil, pero que si algún día lo consigue será bueno para su hijo y para sí mismo, un pequeño y poderoso rayo de esperanza atraviesa la gran nube en que se convierte a veces una separación.

Su autora, Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

Quizás también te interese:

¿Te levantas 10 minutos antes o lloras rápido?

Descansamos porque nos funcionan las sinapsis

Una de las cosas que más nos preocupan, a padres y madres, es cómo desarrollar unos hábitos cotidianos saludables en los hijos.
En las conferencias y talleres con familias me preguntan a menudo qué podemos decirles a las criaturas para convencerlas que deben ir a dormir temprano. Muchos padres y madres recurren a justificaciones más o menos típicas como: “tienes que ir porque cuando eres pequeño necesitas dormir más horas, porque si no mañana te costaré mucho levantarte o te dormirás en la escuela, o estarás muy cansada y no rendirás bien…” Todos esgrimen argumentos coherentes y de peso que, no obstante, no siempre funcionan.
A veces, probablemente sin darnos cuenta, tratamos a las criaturas como si fueran un poco bobas. Algunas de las explicaciones que les damos son de lo más simples, como si no pudieran ir más allá de lo evidente. Pero resulta que su potencial es bastante mayor de lo que pensamos. A menudo son capaces de captar el significado de palabras que desconocen y de entender en alguna medida ideas y conceptos que todavía no saben.
A partir de los 5 y 6 años podemos explicarles a las criaturas que nuestro cerebro, para aprender, tiene que hacer unas conexiones que se llaman sinapsis, y que estas sinapsis solamente funcionan bien si descansamos suficiente, es decir, las horas necesarias. Recuerdo con ternura mis hijos con cara de pensar que debe de ser un fastidio que no te funcionen “las sinapsis” y yéndose a dormir convencidos que hacían un gran bien a su cerebro.
Los niños y las niñas pueden comprender y admitir perfectamente explicaciones científicas sencillas, incluso algún término técnico que les resulte desconocido. No tan solo las pueden admitir, si no que, además, les ayuda a aprender, a la vez que hacen posible una comunicación más rica, creativa, eficaz y divertida.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

Quizás también te interese:

Estoy enfadada pero te quiero igual

Ser capaz de decir «Sí, mamá»; una conquista

Estoy contenta cuando venís y cuando marcháis

 

Estoy enfadada, pero te quiero igual

Los padres y madres se supone que somos personas adultas y como tales nos deberíamos caracterizar por nuestra capacidad de conjugar sentimientos ambivalentes o contrapuestos, como por ejemplo el enfado y el amor.
Cuando nuestros hijos hacen alguna cosa que desaprobamos, cuando nos tratan de mala manera o nos dicen algún insulto, tenemos todo el derecho a enfadarnos y expresar nuestro disgusto. No sólo tenemos derecho, si no que incluso es recomendable hacerlo. Pero conviene que aprendamos a hacerlo sin dramas, con un toque sereno y manteniendo siempre intacto el amor.
Sería síntoma de una simplicidad y de una inmadurez impropia de un adulto, dar a entender a nuestros hijos que nuestro amor está supeditado a su conducta y que estar enfadados es incompatible con el hecho de amar. Expresiones como “Estoy muy enfadada contigo y no te quiero” o “Si haces eso no te querré”, instauran las bases del chantaje emocional, la dependencia y la sumisión del otro, y puede tener futuras repercusiones negativas en su manera de relacionarse.
Nuestro amor ha de ser sólido, incondicional y gratuito. Debe de estar a prueba de sus conductas, de sus aciertos y desaciertos, y sobre todo de los vaivenes emocionales que todo esto nos genere. Los hemos de querer por quiénes son y por cómo son, y no por lo que hacen o dejan de hacer.
En lugar de convertir nuestro amor en moneda de cambio, es preferible enseñarlos a enfadarse bien, sin explosiones malsanas, sin dramas, represalias ni revanchas, y convertirnos a la vez en un buen referente del hecho que es posible enfadarse si hacer sangre y sin dañar los vínculos afectivos. Esto nos hará fiables a sus ojos y les proporcionará un sentimiento de seguridad imprescindible para crecer emocionalmente sanos.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz

Quizás también te interese:
Estoy contenta cuando venís y cuando marcháis

Estoy contenta cuando venís y cuando marcháis

La frase de hoy, nos la ha dicho alguna vez mi madre y la dedico a todas las madres y padres que, como ella, son abuelos que adoran a sus nietos y sienten un gozo inmenso cuando tienen a sus seres queridos alrededor de una mesa.
La primera vez que nos lo dijo la encontré sorprendente y muy sabia a la vez: “Estoy muy contenta cuando venís y muy contenta cuando marcháis”. De sus cuatro combinaciones posibles, me pareció de lejos la mejor. Si nos dijera que está triste cuando llegamos y triste cuando marchamos, querría decir que tiene una tristeza inmensa y nos entristeceríamos también nosotros. Si nos dice estoy contenta cuando llegáis y triste cuando marchamos, pensaríamos que posiblemente somos su única alegría y se nos encogería el corazón al marcharnos. Si nos dice que está triste cuando llegamos y alegre cuando marchamos, podría querer decir que la hemos alegrado, pero también que se alegra más cuando nos “largamos” que cuando llegamos.
Diciéndonos que está contenta cuando llegamos y cuando marchamos, nos deja muy claro que siempre que vayamos seremos bienvenidos y que, cuando nos vayamos, podemos hacerlo con la tranquilidad de saber que seguirá bien, que su vida tiene alicientes más allá de nosotros que la llenan suficientemente. Teniendo en cuenta los momentos difíciles que le han tocado vivir, entre los cuáles la muerte de nuestro padre, una frase así es un auténtico regalo para nosotros.
De momento no se la he dicho nunca a mis hijos, tal vez porque todavía los tengo en casa y todavía no soy abuela, pero ojalá llegue un día en que se la pueda decir, con una lucidez parecida a la de mi madre. Poder decirles que son una de nuestras alegrías más grandes, y al mismo tiempo que nuestra vida vale la pena por sí misma y es fuente de otras muchas alegrías, me parece una señal inequívoca de un amor exquisitamente maduro y generoso.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz

Quizás también te interese:

Ser capaz de decir “Sí, mamá”; una conquista