Estamos en pleno mes de agosto. Vacaciones. Hagamos un paréntesis y en este suplemento de salud demos paso a un relato o, si queréis, un cuento para leer a vuestros hijos e hijas.
Así que, “Érase una vez”….
… Una niña llamada Aitana. Hoy es su cumpleaños. Ya tiene 11 años. Cumplir los años en verano es un poco rollo porque lo celebra con sus padres, con sus tíos y sus primas, sus yayos y alguna amiga de clase que no se ha ido de viaje esos días. Es mejor cumplirlos durante el curso, porque a esos sí que van todos los de la clase y a ella le encanta que haya mucha gente.
Ese día a la mamá de Aitana le gusta decorar la pared blanca de la terraza con grandes fotos de todos sus cumpleaños, desde el primer año. En ese primer cumple está en brazos de su padre con una carita sonriente mirando la tarta que tiene una sola vela encendida. Y después la de los 2, la de los 3, la de los 4… cada vez más mayor.
Pero hay una foto que aún es un poquito más grande, la del cumple de los 7 años. Esa foto le encanta. Es la del verano con mascarilla. Todos en la foto la llevan. Cada uno está haciendo una tontería y aunque solo es una foto parece que se oyen las risas que tenían cuando se la hicieron.
Aitana se acuerda de aquel verano porque todo fue muy muy raro. El cole terminó pronto, antes de junio, que es cuando acaban los colegios. Cerraron porque llegó un virus de China llamado coronavirus y pensaron que era mejor estar en casa para que no lo pillaras y no te pusieras enfermo. Los médicos de los laboratorios que lo vieron, con ayuda de un microscopio gigante, lo dibujaban como una pelota redonda con clavitos alrededor, unas veces de color rojo, otras verde. Viendo el dibujo no daba ningún miedo.
Fueron unos meses en los que no salió de casa. Pero estaba con papá y mamá. También ellos dejaron de ir a su oficina y trabajaban con el ordenador desde casa. A eso se llamaba teletrabajo. Enseguida el cole empezó a mandar deberes y más deberes. Menos mal que tenía la ayuda de sus padres. Así que todos en la mesa del comedor trabajando. Después ya empezó a conectarse por videoconferencia con su maestra, o sea, que también ella tenía “teleescuela”.
También con el móvil o la tablet hablaban y se veían con los yayos, con sus primas, con las amigas. Se pasaban un buen rato cada día hablando por las pantallas, pero de juegos nada de nada, bueno eso fue al principio, después sí que la dejaban, pero solo una hora.
Por las tardes salían al balcón a aplaudir y así saludaban a los vecinos. Aplaudían para darles las gracias a todo el personal de los Centros de Salud y de los Hospitales que cuidaban de los que se ponían enfermos y tenían mucho trabajo. A Aitana le gustaba mucho aplaudir al mismo tiempo con tanta gente, a veces alguien ponía después música muy fuerte y se oía por toda la calle.
Cuando acabó el curso ya se podía salir a la calle, primero un rato solo y cerquita y después siempre que quisieras y por dónde quisieras. Pero con mascarilla. Debían llevarla todos los mayores de 6 años así que compraron un montón. A Aitana la que más le gustaba era una con mariposas. Cuando volvían a casa lo primero era lavarse las manos, aprendió a hacerlo aún mejor de lo que sabía, su madre decía que así se lavaban los cirujanos para operar.
Y por fin volvimos, aunque al principio con mascarilla, a ver y abrazar a los amigos. Pero empezamos con saludos raros: a los yayos al principio le abrazaba las piernas, nos tocábamos con los codos, a veces abrazos al revés dándonos el culo… después llegaron los abrazos como los de antes, los achuchones y los besos.
Esto es lo que recordaba de aquel verano de los 7 años que fue el verano con mascarilla.
Publicado en el suplemento de Salud del diario Información el pasado sábado 15 de agosto.