“Ha passat una cosa molt trista”

Durante un tiempo fuimos traduciendo en maynet artículos (algunos aquí o aquí) que publicaba mi amiga Eva Bach, escritora y pedagoga, conocedora de la infancia, de la adolescencia, de la educación y de la vida.
Sigo leyéndola, los libros que va publicando y la columna con la que sigue colaborando en la revista AraCriatures , como ella misma dice son «reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar».

Os dejo esta columna, que recomendé leer ayer, cuando me plantearon en la consulta precisamente este tema.

Alguns pares i mestres amaguen la cara amarga de la vida a les criatures perquè no pateixin. La intenció és bona i amorosa, les conseqüències no sempre ho són. Si volem que adquireixin recursos per afrontar les dificultats i que edifiquin una fortalesa emocional progressiva, hi ha coses que s’han de dir, d’alguna manera que no els causi alarma ni neguit innecessaris i que els proporcioni consol, seguretat i esperança: “Ha passat una cosa molt trista…, però ens tenim per fernos costat”. Si es tracta de fets rellevants, han de ser comunicats. D’una banda, perquè el que s’amaga no pot ser elaborat, comprès ni integrat. I, de l’altra, perquè les criatures tenen un wifi emocional que registra el que passa al seu voltant, encara que no se’n parli. I quan es tracta d’alguna cosa que té un impacte profund en la vida de la família, de la mateixa criatura o de l’entorn més pròxim, com ara una mort, una malaltia, una separació, un daltabaix en la situació laboral, si els adults no els hi sabem transmetre adequadament, percebran igualment que n’està passant alguna de grossa, encara que no sàpiguen ben bé què, i acabaran patint igual, sols i desorientats. I potser s’ho imaginaran pitjor i tot del que és.

Hi ha pares que quan se separen expliquen als fills que un dels dos progenitors està de viatge. O que els diuen que l’àvia segueix molt malalta quan ja és morta. Un dia em va telefonar una coneguda per ferme una consulta. El germà del seu marit havia tingut un accident de moto i estava molt greu. La seva filla adolescent estava de colònies i dubtava si dirli que el seu tiet preferit era a l’UCI en estat crític. Li vaig dir que si fos filla meva, l’hi diria. No hauria calgut ferla preocupar si no hagués corregut perill. Però quan es tracta de qüestions de vida o mort, què en traiem de no dirho? Si el desenllaç és fatal, com en aquest cas, se n’acabarà assabentant igualment. I, quan torni a marxar, la falta de notícies no la deixarà mai més tranquil·la. ¿Com podrà estar segura que tot va bé, quan hi vagi de veritat, si quan anava malament l’hi van amagar? En casos com aquests, la veritat comunicada amorosament, amb la delicadesa i el tacte necessaris, és més bona opció i més saludable que una mentida pietosa o que callar perquè no pateixin.

Adolescentes prematuros

He leído este artículo en el que se entrevista a mi amiga y escritora Eva Bach (además de pedagoga, maestra, especialista en educación emocional, comunicadora y conferenciante brillante, columnista en el diario Ara, etc. y tenemos la suerte que también sea colaboradora en maynet):

Adolescentes prematuros, un problema de nuestro tiempo

Me ha parecido interesantísimo y quería compartirlo con vosotros.

Aprovecho para recordados, a los que tenéis hijos que van entrando o están en edad adolescente, que Eva escribió «Adolescentes, «Qué maravilla», un libro útil, que además despierta una sonrisa.

Por amor a mi familia

Añadimos a los libros recomendados este nuevo “parto” de mis queridas Eva Bach y Cecilia Martí que acaba de ver la luz.
Al igual que en El divorcio que nos une, vuelven a utlizar un método epistolar para ir reflexionando acerca de la tarea de ser padres, desdramatizando, porque no lo hacemos tan mal.

Para mí su lectura ha sido tranquilizadora, un bálsamo… miran a los padres con dignidad y va creándose, a lo largo de los capítulos, una música de fondo que serena. Hay una mirada profunda y esperanzadora sobre el hecho de educar. Como dice en la portada: un regalo para el alma de padres, hijos, abuelos y educadores.

Lo que nos decimos, subtitulémoslo

La comunicación entre padres e hijos sería más sencilla si pusiéramos subtítulos que tradujeran en clave emocional las cosas que nos decimos. Especialmente, en la adolescencia. Los adolescentes están en plena efervescencia emocional y les cuesta pararse a reflexionar sobre las auténticas necesidades que laten tras sus impulsos. Por ello, raramente nos piden lo que verdaderamente necesitan y pocas veces expresan lo que realmente sienten. Los padres deberíamos ayudarles a identificarlo. Pero, a menudo, estamos tan o más verdes que ellos en este sentido. Estamos desconectados de nuestras emociones profundas o bien nos falta un vocabulario adecuado y preciso para expresarlas.

Modos de afrontarlo
Imaginemos por un momento, que adquirimos más destreza emocional y que, en vez de chillar como desesperados, les decimos: «Estoy enfadada y no es un buen momento para hablar». En vez de entrar en fuegos cruzados, decir: «Esto me duele mucho y requiere una disculpa por tu parte». En vez de desconfiar o dudar de ellos, explicarles: «Esto me preocupa y por eso estoy tan pendiente de ti». En vez de mostrarnos decepcionados y recriminar sus errores, decir: «Te quiero aunque te equivoques y estoy aquí para ayudarte».
Si nosotros ponemos luz y claridad a nuestras emociones y tenemos más presente nuestra manera de sentir, nuestros hijos también tendrán más presente la suya y quién sabe si, algún día, en vez de decirnos «Déjame en paz» nos dirán «Sigue pendiente de mí, aunque parezca que no me haces falta». O en lugar de emprenderla con nosotros, confesarán: «Estoy hecho un lío y me desahogo contigo porque sé que me lo aguantas». Imaginemos, por un momento, que unos y otros aprendemos a subtitular emocionalmente lo que nos decimos. El resultado puede ser una comunicación más grata, comprensible y directa al corazón.

Su autora, Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.