No he fumado nunca. En la casa en la que me crié, mi padre fue un fumador desde niño de postguerra hasta que, en su juventud, decidió invertir el dinero que gastaba en tabaco en hacerse una radio. A veces decía que soñaba en que volvía a fumar, y le producía mucha rabia porque era sucumbir a algo que le había costado mucho esfuerzo conseguir.
En mi adolescencia y durante la etapa universitaria era habitual fumar, cuando llegaban las últimas horas de clase ya no se veía bien la pizarra por el humo acumulado. Se fumaba en clase. Casi todos mis amigos fumaban.
Ahora las cosas han cambiado, sólo alguno fuma, son la excepción. El otro día en una comida de amigos vi una cajetilla de tabaco en la mesa y llamó mi atención la imagen: un pequeño féretro blanco y unos padres llorando ante él con una frase contundente y culpabilizadora. Me impactó. No se si esas imágenes disuaden a alguien y deja de fumar; debería estudiarse. Mi amiga me comentó que habitualmente esconde el paquete en una tabaquera para no verlas.
Como pediatra se qué responsabilidad tengo en la lucha frente al tabaco: evitar la exposición al humo del tabaco de cada uno de los niños. Desde la primera visita preguntar si los padres fuman con el objetivo de informarles y sensibilizarles acerca de la importancia del tabaquismo pasivo al que someten a su hijo. Informar, por ejemplo, de la relación tabaquismo y muerte súbita del lactante, y seguir insistiendo en el tema en las visitas por enfermedades que pueden ser causadas o empeoradas por la exposición al humo del tabaco, como las enfermedades respiratorias o las otitis. Si no es posible eliminar el humo de tabaco en el entorno del niño, evitarlo al menos en casa y en el coche y si deciden dejar de fumar, orientarlos hacia recursos y tratamientos para la deshabituación.
Y el otro frente que tengo como pediatra son los adolescentes. Sabemos, por muchas encuestas realizadas, que la edad de inicio en el consumo de tabaco es sobre los 13-14 años, edad pediátrica. Por tanto es necesario incluir el consejo anti-tabaco en todo contacto con ellos.
Tanto el impacto de las imágenes en los paquetes de tabaco como la labor del pediatra de sensibilización e información a padres y adolescentes, o los consejos de los sanitarios en general, son una labor necesaria pero no del alcance que tiene una política anti-tabaco a alto nivel.
El próximo día 31 de mayo, como cada año, la OMS y sus asociados celebran el Día Mundial Sin Tabaco “con el fin de poner de relieve los riesgos para la salud asociados con el tabaquismo y abogar por políticas eficaces para reducir el consumo”. El lema de este año es: El tabaco, una amenaza para el desarrollo. Todo un acierto.
“La industria del tabaco compromete el desarrollo sostenible de todos los países, incluidos la salud y el bienestar económico de sus ciudadanos.” Por eso la OMS insta a los países a priorizar y agilizar los esfuerzos realizados para luchar contra el consumo de tabaco.
Además de salvar vidas los programas integrales de lucha antitabáquica pueden limitar las consecuencias negativas para el medio ambiente del cultivo, la producción, el comercio y el consumo de tabaco.
Así entraríamos en otra mirada al tema al que denomino Tabaco y pobreza, sobre el que otro día hablaré.