Ser capaz de decir “Sí, mamá”; una conquista

Con las criaturas no hace falta que nos esforcemos mucho para enseñarles a decir “no”. Normalmente lo aprenden solitos y muy pronto. Alrededor de los dos o tres años la mayoría ya lo saben decir con una cierta rotundidad y cuando llegan a la adolescencia alcanzan un dominio del “no“ francamente extraordinario.

Enseñar a decir “Sí, mamá” resulta un poco más difícil y a medida que van creciendo, la cosa más bien se complica en lugar de arreglarse.
No hemos de pretender, ni mucho menos, que las criaturas digan siempre “Sí, mamá” (o “sí, papá”, que en este caso es lo mismo). Aprender a decir “no” es importante. Una criatura necesita saber decir “no” para adquirir un sentido de sí misma, formarse un criterio propio y ser menos manipulable a manos de otros. Pero también necesita saber decir “sí”. El “sí “ es igualmente importante y necesario. Nos abre al otro, al intercambio, al aprendizaje, a la aceptación de lo que es como es…
Hay un “sí, mamá” interno, profundo, que viene a ser un sí a la vida y a la propia madre, y una serie de síes más simples y cotidianos que facilitan la convivencia y de paso abonan el camino hacia el primer sí más completo. Me refiero al “Sí, mamá, ahora lo hago”, cuando apelamos a algún deber pendiente, al “Sí, mamá, tienes razón”, cuando les señalamos alguna equivocación, o cualquier otro sí de este estilo.
Me hago cargo que algunos de estos síes pueden parecer misión imposible en determinados momentos, pero aunque así sea, conviene que hagamos notar a las criaturas igualmente su importancia. Lo podemos hacer reconociendo abiertamente delante de ellos que decir “Sí, mamá” resulta difícil en determinadas edades, pero que a veces es más efectivo que discutir tres horas, y que el día que sean capaces de decirlo de verdad será toda una conquista, de la cual seguramente se sentirán muy satisfechos.

Su autora, Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz