FRENTE AL BULLYING, RESILIENCIA

Tenía pendiente publicar en maynet este artículo de Maria del Mar Clavera, psiquiatra infantojuvenil en Alicante, colaboradora en nuestra cita quincenal con el periódico Información. ¡Gracias Mª del Mar!.

Este artículo ha sido publicado en las páginas de Salud del periódico Información.

Hace unas semanas entrevistaron a Irene Villa en la tele, y me impactó su comentario respecto a la educación de sus hijos. Dijo que estaba convencida de que lo mejor que los padres pueden hacer por ellos es conseguir que sean resilientes. Creo que es bastante conocida su historia. A los 12 años ella y su madre fueron víctimas de un terrible atentado de ETA . Ambas quedaron malheridas y a ella le tuvieron que amputar las dos piernas. A pesar de ello, siempre ha demostrado una gran capacidad de reacción ante la adversidad, y es admirable su talante positivo.

Siempre dice que no sirve de nada alimentar el rencor, la ira y el no perdonar. Además lo argumenta con una lógica demoledora, y es que para una víctima encallar ahí sería lo más dañino, lo que no permitiría superar el trance que le tocó vivir.

La Resiliencia es la capacidad que tiene una persona de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro, desarrollando recursos que estaban latentes y que la persona desconocía. Por tanto, Irene constituye un ejemploinmejorable de persona resiliente.

Hoy me gustaría reflexionar sobre cómo pueden los padres hacer resilientes a sus hijos ante un estresor concreto, el acoso, vejación o exclusión social que hoy en día se engloba en la palabra bullying . Es evidente que no todos los niños están igual de equipados para tolerar situaciones de este tipo, dándose el caso de que pequeñas frustraciones en la relación con los demás pueden desestabilizar mucho a algunos, mientras otros son capaces de manejarse en situaciones mucho más traumáticas, incluso saliendo más fuertes de ellas. Hay un factor individual, de “equipamiento” con el que nacemos, pero en gran parte se puede aprender a ser resiliente.

Con todas la limitaciones que este formato impone, creo que estas consignas pueden dar algunas pistas de interés a los padres:
1 –Tu hijo no es el Rey del mundo.
Desde pequeño, es muy importante que no sienta que todo gira en torno a él.
2.- Es bueno que se acostumbre a frustrarse.
La vida es dura, nadie tiene todo lo que quisiera. Y nada valioso se consigue sin esfuerzo. Cuanto antes lo aprenda, mejor​.
3.- Tu hijo es capaz.
Hazle autosuficiente, incluso aunque tenga algún tipo de limitación física o psíquica. Cada uno tiene que jugar las cartas que le han tocado.
4.- Sólo se aprende lo que se experimenta.
Dale muchas ocasiones de que se relacione socialmente, y no le cubras cuando haya conflictos. Las habilidades sociales se practican fuera de casa.
5.- No le compadezcas.
O al menos, no se lo manifiestes. La compasión alimentaría su inseguridad en sí mismo. Eso sí, demuéstrale que siempre estarás ahí compartiendo sus problemas y te tendrá de su parte para ayudarle.
Como decía un padre “estoy dispuesto a hacer por mis hijos absolutamente todo, menos lo que puedan hacer por ellos mismos”

En resumidas cuentas, intenta hacer fuertes a tus hijos, y eso les dará el mejor equipaje para andar por la vida.

Si queréis saber más acerca de la resiliencia:

LA RESILIENCIA: Una infancia infeliz no determina la vida

Los buenos tratos a la infancia


Acabo de leer un libro: Los buenos tratos a la infancia con el subtítulo: parentalidad, apego y resiliencia de Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan.
El libro aborda el problema de los malos tratos: cómo prevenirlos y cómo curarlos. O visto desde otra óptica: dónde y cómo se aprenden los “buenos tratos” y qué hacemos con quienes no lo aprendieron.

El punto de partida parece ser el apego. “Las experiencias de apego sano crean personas capaces de tratar bien a otros, de conectarse con sus necesidades, de contener y reparar sus sufrimientos. Pero si las experiencias tempranas no han sido de apego sano, es posible repararlas a través de nuevas experiencias de apego, como adultos.”

Y plantean el trabajo al igual que dice la tradición keniana “hace falta toda una aldea para criar a un niño”, es decir, “mientras aislemos a la díada madre-hijo, mientras los padres no participen en la crianza de los niños y niñas y la comunidad se mantenga al margen de lo que ocurre en el interior de la familia, más difícil será la tarea de lograr el bienestar infantil”. Los buenos tratos no depende exclusivamente de las capacidades de la madre o el padre biológicos, sino de toda la comunidad, que debería convertirse en fuente de apegos múltiples, de las instituciones que han creado las comunidades para colaborar en la crianza y deben suplir las deficiencias en recursos y en capacidades de los adultos responsables de los niños.

Hay capítulos especialmente interesantes y de los que haré alguna reseña como “Las necesidades infantiles”, “Familiaridad y competencias: el desafío de ser padres” en el que habla de la parentalidad sana, competente y bientratante y de la parentalidad disfuncional, incompetente y maltratante o “Las manifestaciones del sufrimiento infantil por malos tratos.”

El libro contribuye a abrir camino hacia hacia una cultura del buen trato en la que todos estamos involucrados.

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