A lo largo de mis casi 30 años como pediatra he acompañado a muchas familias en la crianza de sus hijos y he ido viendo los cambios que se han ido produciendo en la dinámica familiar y en los tipos de familias.
Desde hace ya años he ido observando la progresiva implicación de la figura paterna en la crianza de sus hijos; recuerdo que en mis primeros años de ejercicio profesional podían pasar muchos años sin que conociera al padre de los niños que atendía. Ahora es habitual que el niño venga a los controles de salud acompañado de su padre y de su madre, desde la primera visita de recién nacido; cuando acude por enfermedad puede acompañarle cualquiera de ellos: es sólo el reflejo, la parte visible, de los cambios profundos que creo se han ido dando.
Antes el padre empezaba a aparecer en la vida del hijo más tarde, era un actor secundario en los primeros meses (o años) de vida, pero progresivamente se han ido estableciendo unas relaciones precoces entre padre e hijo y observo conductas de apego (*) que ya no son exclusivamente competencia de la madre y ésto es de una importancia vital en el desarrollo del niño.
Cuando el bebé de pocas semanas llora desconsolado en la consulta veo que el padre o la madre se acercan y lo cogen en brazos e indistintamente con ambos rápidamente encuentra consuelo, lo mismo ocurre meses más tarde, cuando ya empiezan a “extrañar” y lloran al ver una figura no familiar, buscan con la mirada y alargan los brazos a uno de ellos. Y así otros muchos ejemplos que muestran apego a ambos progenitores.
Por otro lado es importante resaltar que la vinculación tan temprana con el padre no tiene modelo para estas generaciones de hombres que han vivido, en general, el papel masculino rígido “de siempre” de sus padres.
Esta nueva forma de ejercer la paternidad observo que se inicia ya en la espera del hijo (el embarazo es concebido como algo que afecta a ambos miembros de la pareja, en muchos casos los dos acuden a la preparación al parto), también en la presencia en los paritorios en el momento del nacimiento o ejerciendo de “padres-canguro” con sus hijos prematuros piel con piel en los Servicios de Neonatología de nuestros hospitales y se traduce después en padres más comprometidos y competentes en el cuidado del hijo porque, como todo aquello que se ejerce, van adquiriendo más capacidad y sensibilidad para ello y retroalimentándose al vivirlo de un modo muy satisfactorio.
Sólo así, en esta vinculación precoz con el hijo, es posible el verdadero apego.
(*)El bebé en sus primeros meses percibe y establece una relación de afecto profundo, un vínculo emocional (apego) con la persona que es sensible a sus demandas, que atiende sus necesidades. El apego proporciona una seguridad o confianza básica que son los cimientos de la personalidad del niño y por tanto del adulto que llegará a ser.