Y sigo hablando de vacunas…
Podemos asegurar con toda evidencia que las vacunas son el método más eficaz de todos los tiempos para la prevención y control de las enfermedades. Junto al agua potable no ha habido en toda la historia otro método más eficaz para la mejora de la salud de los ciudadanos.
Dicho ésto, hay un aspecto menor, lo sé, un efecto “colateral” que vemos a diario y es el dolor y sobre todo el miedo al acto de la vacunación, que llena a menudo de llanto la consulta de enfermería.
Somos sensibles al sufrimiento del niño, buscamos estrategias y técnicas para minimizarlo, por eso vemos con esperanza que no sólo se investiga en vacunas cada vez mejores, por los avances en biología molecular y por el conocimiento profundo del sistema inmune, también en conseguir vías de administración menos invasivas, formas de administración más fáciles. Vamos a decirles de verdad a los niños que le vamos a poner la vacuna sin aguja, porque efectivamente una de las líneas de investigación son las vacunas inyectadas sin aguja: dispositivos inyectores que introducen el líquido a alta presión, la electroporación, pistolas génicas. Otra línea son las vacunas comestibles en forma de tabletas deshidratadas o cápsulas de gelatina. Están más avanzadas las vacunas mucosas, además de la conocida oral, también la vía rectal, nasal o vaginal. Por último las vacunas transcutáneas, que consisten en la administración tópica de la vacuna sobre la piel intacta, lavada e hidratada, a través de parches, pomadas o microagujas autoinyectables. Como véis, apasionante.
Y mientras tanto, ¿qué hacemos?. Sabemos que para que el dolor asociado a la vacunación sea mínimo es muy importante una adecuada y correcta administración de la vacuna: elección adecuada de la aguja en función de la edad, del lugar anatómico y de la vía de administración; con la técnica apropiada (aplanado de la piel por ejemplo, de forma rápida, en 1-2 segundos) y en el lugar que provoque la reacción inmunitaria adecuada pero con el menor efecto inflamatorio local.
En los primeros meses y si está con lactancia materna, la “tetanalgesia”, no sé si la palabra la inventó él, pero yo la conocí por mi admirado compañero Manuel Merino de Madrid: consiste en aprovechar el efecto analgésico y de consuelo que tiene el amamantamiento cuando se realizan técnicas dolorosas en recién nacidos y lactantes pequeños; porque sabemos que la lactancia materna en el momento de la inyección mejora la tolerancia al dolor. Lo mismo ocurre cuando se ofrece una solución azucarada.
Hay que generar confort en el niño y, si se puede, estará mejor en brazos de su madre o padre en lugar de en la camilla, evitando una sujeción excesiva que pueda incrementar el miedo y la tensión muscular. En los niños mayores y adolescentes muy temerosos es mejor sentados o tumbados para reducir el riesgo de lipotimia.
Además están las técnicas de distracción: hacer que el niño sople, aplicar frío en el miembro opuesto, hacerle contar…
Y no me resisto a mencionar algo que debemos evitar: no utilicemos el miedo para que el niño obedezca, con frases como “si te portas mal te llevaré al médico para que te pinche”.
Pero una mirada más profunda al tema del miedo descubre que el niño mira a su madre o a su padre y percibe lo que para ella o él supone esa situación, no podemos escapar a la mirada de un hijo…
Por último recordar que la información es una de las mejores armas contra el miedo. He encontrado dos cuentos que pueden ayudarnos a hablar de vacunas con los pequeños: “El hada VacunHada” de Antonio de Benito y “El capitán Cura Sana y las vacunas” de Natalia Ramos, madre y pediatra.