Hoy publicado en el diario Información
Hace unas semanas asistí a una conferencia de la Dra. María Martinón, paleoantropóloga, en la que hacía referencia a estudios realizados en poblaciones “primitivas” que demostraban que la mortalidad infantil era menor cuando existía la figura de la abuela.
Me interesó el tema y busqué. Efectivamente, es lo que se ha denominado “teoría de la abuela” o “hipótesis de la abuela”. En resumen viene a plantear que los humanos lograron una mayor esperanza de vida porque las abuelas ayudaron a alimentar a los nietos tras el destete. La antropóloga Kristen Hawkes, de la Universidad de Utah en Estados Unidos, es la que inicia sus investigaciones en 1984 observando a los Hazda, una tribu africana de Kenia y Tanzania. Este pueblo vive como nuestros ancestros, alimentándose de la caza, cuando se puede y de tubérculos. Son las abuelas las que se dedican a recolectarlos, o a abrir frutos secos de cáscara dura, para alimentar a los nietos destetados, permitiendo así a las madres ocuparse del cuidado y alimento del siguiente hijo ya nacido.
Estudios posteriores han respaldado esta mirada sobre la evolución humana.
Investigaciones lideradas por la Universidad de Bishop en Canadá, con los datos demográficos de los primeros asentamientos franceses en Quebec en los siglos XVII y XVIII, vuelven a respaldar la importancia de las abuelas en el desarrollo de las familias. Analizando la composición familiar y la distancia geográfica entre las abuelas y sus nietos concluyen que en los hogares donde había abuelas los nietos sobrevivían en mayor porcentaje que en las familias sin abuelas. También que a mayor distancia geográfica entre el núcleo familiar y las abuelas, menor número de nacimientos y menor supervivencia infantil.
Investigaciones más cercanas en el tiempo, cómo son los estudios de la población finlandesa de finales del XVIII y XIX, concluyen que la existencia de una abuela está relacionado con una mayor supervivencia infantil.
Muchos años de historia y ahí siguen, desempeñando un papel silencioso pero vital.
Conozco a muchas de las abuelas de los niños y niñas que atiendo, siempre han estado ahí pero mi relación con ellas ha ido cambiando a lo largo de los años. Ahora, que muchas son de mi edad, hay cercanía, una cierta complicidad, valoro aún más el papel que ejercen y lo hablamos: el apoyo a sus hijos e hijas con mucha labor de intendencia, de llevar al cole, de recogerlos, a las extraescolares, al partido del sábado, de cuidarlos cuando no hay cole o están malitos… o traérmelos a la consulta. Dejan para eso sus actividades y a veces me cuentan en privado “que ni agradecido ni pagado”, eso sí ante sus hijos no pondrán mala cara ni una queja. Porque siguen siendo ante todo madres y es su manera de seguir estando cerca de sus hijos e hijas, de cuidarles.
Y cómo no, siguen estando ahí como madres, apoyándoles cuando la vida tropieza, un despido, una separación… y también un apoyo emocional en lo cotidiano, porque la mirada de una abuela desdramatiza el problema. Regalan cada día serenidad y optimismo.
A veces hablamos de educación, de cómo se educa hoy. Hay cosas que no entienden pero respetan, que están haciendo diferente a como ellas educaron y que no comparten, pero respetan. O el poco tiempo que sus hijos e hijas pasan con los niños, en familia. Son muchas horas dedicadas al trabajo y ellas, que lo ven con perspectiva, creen que pierden todos, pero lo respetan.
Queridas abuelas, Concha, Nati, Cecilia, Rosa, Elvira, Asun… os lo debía!.