Este artículo lo ha escrito mi amigo Vicenç Arnaiz. Es psicólogo y sabe mucho, mucho de infancia. ¡Gracias Vicenç!
Algunos niños viven perdidos en un laberinto de emociones desordenadas.
Pequeños y grandes necesitamos el aprecio pero no exactamente para lo mismo. A los mayores la experiencia amorosa nos sostiene el vivir y nos nutre de energía. La atención de sus necesidades de forma amorosa permite a los niños y niñas descubrir qué es vivir y qué es vivir con plenitud.
Los niños pequeños poco o mal atendidos tienen serias dificultades para saber buscar el bienestar, no acceden a los códigos del amor ni los caminos que los conducen a ellos, viven con desconcierto las relaciones con los demás, como nos ocurre a los adultos ante un programa informático que no conocemos.
Las emociones son informaciones internas sentidas en forma de palpitaciones, agitación, inquietud, bienestar, comezón, alarma…que los niños descubren a partir de relaciones con quienes los aman y los acompañan.
Por ejemplo: la inquietud sentida ante una amenaza o un deseo tiene muchos elementos orgánicos parecidos y sin embargo una tiene que ver con el miedo y el otro con la atracción. La misma emoción de miedo tiene muchos grados de intensidad y diversidad de recursos para controlarla y regularla, pero nada es posible para el niño sin una relación suficientemente estable y buena donde refugiarse y aprender a regularla.
Sí, los niños o niñas que no son suficientemente bien atendidos, los que se encuentran con dificultades poco habituales, los niños que pasan de mano en mano, los niños que están con adultos de quienes no se pueden fiar porque su atención es muy imprevisible, los que quedan en brazos de las pantallas, los que tienen padres y madres que no confían en ellos, los niños atendidos según las modas, los niños que son poco atendidos porque los suyos no disponen de tiempos, los niños hijos de padres y madres que no saben qué es ser feliz ni estar bien, los niños que no son bastante importantes porque los suyos tienen cosas más importantes que hacer, los niños que están demasiado solos y los niños que están demasiado atendidos, los niños a quienes se les encomienda resolver los desamores de los adultos,…
No es un listado caprichoso. No he hecho más que listar cosas vistas o comentadas los últimos meses. En mi ámbito territorial estamos hablando aproximadamente de un 6% de los niños y niñas menores de 3 años. Después, si no se les ha ayudado, el asunto se enreda mucho más. No es un número, son muchos nombres y muchas caras. Significa dos por grupo de escuela. Es fácil saber a cuántos alumnos afecta: basta con calcular el 6% aproximadamente.
Todos estos niños fácilmente se pierden. El bosque de las emociones y del sentimiento deviene un laberinto. La belleza que solemos sentir en nuestro adentro se convierte en un caos en el que nada tiene bastante sentido.
Entonces, perdidos en el laberinto, unos acaban yendo y viniendo sin saber que hay salida. Otros quedan paralizados y se instalan en cualquier rincón. Otros gritan desesperados y cuando alguien se les acerca lo rechazan porque no saben de qué fiarse. Unos viven embobados, otros obsesionados. Unos se aferran al primero que pasa y otros se encaran a quién se aproxima. Unos se olvidan de llorar y otros lloran sin encontrar quién les consuele.
Además de saber qué está sucediendo, es buen momento para hacer homenaje a tantas maestras y educadoras que cada día entran y salen de muchos laberintos en misión de rescate. Sí, un reconocimiento público a las profesionales que se dedican a sanar a uno tras otro.
Sí, agradecimiento a las profesionales, hoy casi todas mujeres, que hacen del rescate emocional una exigencia profesional dando la mano a madres, a padres y a niños para hacer evidente que la alegría no tiene porque ser una experiencia fugaz.
Compañeras, sí soy testigo de cómo los ayudáis a construir escalones para poder mirar fuera del espacio enredado. He visto como sois capaces de reinstalar la sonrisa y como sois capaces de consolar a quien esperaba tener quién lo amparara. Os he visto dar abrazos cada día a quien no tiene quien lo abrace…
Sí, las escuelas infantiles son espacios también por el rescate. Lo sabemos casi todos.