Vacunación contra la viruela.L.L.Boilly
A un médico británico, Edward Jenner, se debe el primer éxito en la profilaxis de las enfermedades infecciosas al desarrollar un método de inmunización contra la viruela y el iniciador de la primera campaña de vacunación.
Estoy hablando de la segunda mitad del siglo XVIII, las epidemias de viruela eran devastadoras, con un elevado índice de mortalidad; se sabía que la viruela se transmitía por contagio y que si la pasabas quedabas protegido definitivamente. Por aquel entonces era una práctica extendida entre los hijos de los soberanos europeos y en la alta clase social la variolización, técnica que ya se practicaba siglos atrás en los países árabes y que consistía en pasar una hebra de hilo empapado en el fluido de una ampolla variólica a través de un corte en el brazo, de este modo se provocaba una forma suave de la enfermedad; no obstante tenía sus peligros porque en ocasiones se provocaba una viruela grave.
Jenner nace en 1749 y a los 13 años se convirtió en aprendiz de cirujano y ocho años después se traslada a Londres para iniciar sus estudios médicos. Al terminar decide regresar a Berkeley, su ciudad natal, para trabajar como médico rural. Allí conoce por los ganaderos y campesinos que cuando se presentaba una epidemia de viruela las ordeñadoras no enfermaban; observa que las vacas solían presentar en las ubres unas lesiones tipo pústulas, que podían contagiarse a las manos de los ordeñadores, aunque curaban en poco tiempo sin causarles mayor molestia, y deduce que esta leve enfermedad es la que les protege frente a la peligrosa viruela de los humanos. E. Jenner pensó que el sistema podría utilizarse como medida eficaz de prevención a toda la población, especialmente a la infantil.
Por fin se decide y el propio E. Jenner lo describe: “La vacuna procedía de una pústula del brazo de una ordeñadora, a quien había contagiado la vaca de su señor. El catorce de mayo de mil setecientos noventa y seis se la inyecté al niño a través de dos cortes superficiales en el brazo, cada uno de los cuales tenía la anchura de un pulgar. El séptimo día se quejó de pesadez en el hombro, el noveno perdió el apetito, tuvo algo de frío y un ligero dolor de cabeza; durante todo el día se encontró enfermo y pasó la noche inquieto , pero al día siguiente volvió a encontrarse bien. (…) Para cerciorarme de que el niño había quedado realmente inmunizado contra la viruela humana, el uno de julio le inyecté materia virulosa que había extraído con anterioridad de una pústula humana. Se la apliqué profusamente mediante varios cortes y punturas, pero no dio lugar a ningún ataque de viruela.”
Las conclusiones del ensayo fueron enviadas a la Royal Society para ser publicadas, pero no se aceptaron; incluso se le expulsó de la Asociación Médica de Londres. A los 2 años publicó él mismo un folleto con las ventajas de la vacunación, afirmando que “la viruela de las vacas es un preservativo garantizado contra la viruela ordinaria”.
Pero el eco de su hazaña sí se propagó por Europa, pero de eso hablaré otro día.