Hoy en el Suplemento de Salud del periódico Infomación se publica este artículo, del que no soy autora, aunque aparece con mi nombre. Lo ha escrito la Dra. Cristina Giménez, Médico Residente de Pediatría del Hospital General Universitario de Elda que actualmente realiza rotación conmigo. ¡Gracias Cristina!.
El otro día fui a una librería a buscar un regalo para unos padres primerizos que, desde que nació su pequeña Elena, se han apoyado mucho en esos “manuales para padres” que tanto abundan hoy en día. La niña tiene ya 6 años, y la cuestión es que me costó mucho trabajo encontrar algo adecuado.
Resulta que se han escritos miles y miles de páginas sobre el primer año de vida, o los 2 primeros, y también mucho sobre la adolescencia y sus problemas, pero entre medias, nada. Es como si durante ese periodo de tiempo, delimitado entre las rabietas de los 2 años y las “broncas” del adolescente, no hubiera trabajo por hacer o no fuera necesario ejercer de padres.
Y lo cierto es, que durante este periodo es cuando más cosas podemos hacer para asentar los cimientos de una buena relación padre-hijo, que sea capaz de combatir cien adolescencias y sus peligros.
Cuando pensamos en la adolescencia nos ponemos siempre en lo peor, y nos viene a la cabeza el alcohol, las drogas, los embarazos,… cosas que todo padre querría evitar para su hijo o hija adolescente. Y aunque nadie tiene la fórmula mágica para poder evitar al cien por cien que nuestros chicos se vean arrastrados al mundo de las adicciones y las conductas de riesgo, se ha visto que una buena relación padre-hijo disminuye considerablemente el riesgo de que esto ocurra., aquella que hemos de ir construyendo desde la infancia, mucho antes de los primeros cambios de la pubertad.
¿Y qué cosas podemos hacer como padres?
Para empezar debemos dedicarle tiempo a nuestros hijos, conversar con ellos cada día sobre sus vidas, sus sentimientos. Debemos hacer que el hogar sea un lugar positivo para todos, animar a nuestros hijos a que se pongan metas a corto y largo plazo, y que se sientan bien consigo mismos y con sus logros. Hablar acerca de su futuro, que sean conscientes (y también debemos serlo los padres) de que un día habrán de hacerse mayores, marcharán de casa, serán autosuficientes, tendrán sus hijos y pondrán sus reglas.
Se debe establecer una opinión “familiar” de rechazo firme hacia las sustancias y conductas nocivas. Aprovechando las situaciones que van surgiendo a lo largo de la vida (casos en televisión o de conocidos) para reafirmar esa opinión de claro rechazo hacia las drogas, el abuso de alcohol, la conducción temeraria, el tabaco,…
Debemos ser unos padres que se “meten” en las vidas de sus hijos. Respetando su intimidad, pero interesados en conocer a sus amigos, en saber a dónde van, con quién. Y dejarles claro que forma parte de ser buenos padres y que lo hacemos porque les queremos.
Y nosotros dictaremos las reglas de conducta (ayudar en tareas del hogar, volver a casa a una determinada hora, etc), y dejaremos claro que habrá consecuencias si estas reglas no se cumplen, consecuencias que serán avisadas de antemano, y mejor si han sido consensuadas con los propios chicos.
En definitiva, más vale prevenir que curar. Y si nos dormimos en los laureles, cuando llegue la adolescencia y nos despierte de golpe, no vamos a ser capaces de reaccionar a tiempo. Y en plena revolución puberal, no podremos esperar de nuestros hijos conductas y actitudes que durante toda la infancia no nos hemos preocupado por inculcar.