El pasado sábado, en el Suplemento de Salud del periódico Información, publicaba el siguiente artículo
En esta sección hablamos mucho de vacunas, sin ir más lejos, el artículo anterior con los últimos cambios en el calendario. Pensaba no volver a hacerlo en una temporada, pero la noticia saltaba hace unos días a los medios de comunicación:
“Un niño de seis años vecino de Olot (Girona) está ingresado en estado grave en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona tras ser diagnosticado de difteria. Es el primer caso de esta enfermedad infecciosa y grave que se detecta en España desde 1987, según los registros del Ministerio de Sanidad. El Departamento de Salud de la Generalitat confirmó que el menor no estaba vacunado.”
Los padres decidimos muchas cosas por nuestros hijos, en este caso deciden no vacunarle, y los hijos pagan las consecuencias de nuestras decisiones erróneas. En el tema de la vacunación siempre lo he visto como un derecho fundamental del niño: el niño tiene derecho a ser vacunado, a ser protegido.
Llevo más de 30 años de profesión y nunca he visto un caso de difteria; en mi familia paterna ha quedado el recuerdo imborrable de la muerte de dos hermanos de mi padre de esta enfermedad cuando eran pequeños, en apenas unos días, allá por los años 20.
Ahora toca repasarnos la enfermedad: una infección bacteriana aguda y grave, extremadamente contagiosa; se suele transmitir por las microgotitas que salen de la faringe de la persona que tiene la bacteria en su garganta al hablar, toser o estornudar. En el caso de este niño de Olot puede haber sido contagiado por una persona que tuviera la enfermedad muy leve o por un portador sano, es decir, tiene la bacteria en su garganta pero no padece la enfermedad.
En sus primeras fases, los síntomas de difteria son dolor de garganta, malestar general y fiebre. El dolor de garganta es progresivo y se va creando una espesa capa que recubre la superficie interna de la nariz, la garganta y otras partes de las vías respiratorias. Generalmente este revestimiento es de color grisáceo y puede provocar problemas respiratorios y dificultades para tragar. Localmente es muy agresiva, pero además la bacteria es capaz de producir una toxina que es la que origina complicaciones a distancia (como por ejemplo en el corazón, los riñones o el sistema nervioso central).
En Europa llevamos décadas vacunando frente a la difteria y por tanto la enfermedad ya casi ni se conoce, motivo por el que ha sido difícil encontrar la medicación para este niño. Ha sido en Rusia desde dónde han enviado la antitoxina; en 1993 y 1994 hubo una grave epidemia de difteria en países de la antigua Unión Soviética, con más de 50.000 casos documentados, por eso allí sí disponen todavía de la medicación específica para la enfermedad.
La vacuna contra la difteria está incluida en la vacuna hexavalente que se administra a los 2, 4 y 6 meses, en la pentavalente de los 18 meses y forma parte también de la que se administra a los 5-6 años, a los 14 años y de la vacuna del tétanos del adulto (dT).
No puedo cerrar este artículo sin insistir en que las vacunas han modificado la salud humana más que ningún otro avance, si exceptuamos el agua potable.
Y una segunda reflexión: las vacunas mueren de éxito, sí, cuando no vemos la enfermedad creemos que ya no existe, la pregunta de muchos padres es : ¿para qué vacunar de… por ejemplo, polio, si ya no hay?. No vemos niños con polio porque la vacunación frente a esa enfermedad la tiene controlada, pero si bajamos las coberturas de vacunación volverá a aparecer.