Hoy en el Suplemento de Salud del periódico Información, como habitualmente cada quince días, publico el siguiente artículo:
Actualmente hay un número relativamente importante de niños y niñas con fármacos para el tratamiento de hiperactividad o inatención; entre los efectos secundarios de la medicación está la falta de apetito, motivo de preocupación para los padres.
Hace unos días hablaba de este tema con los padres de una niña de 7 años que ha frenado su curva de peso desde que está tomando uno de estos fármacos; como consideraban que estaba mejor desde que lo tomaba, más centrada, planteamos estrategias para que comiera mejor: una de ellas es incidir en el desayuno que, de paso, vendría bien a toda la familia (ocurre muchas veces: atender las necesidades de un hijo es una oportunidad de mejora para toda la familia; por ejemplo poner a dieta a un niño obeso es una oportunidad de mejorar la alimentación de toda la familia, así lo veo yo). Estuvimos hablando largo y tendido de lo importante que es el desayuno y, paradójicamente, la comida que más frecuentemente nos saltamos; son muchos los escolares que siguen acudiendo al cole con un desayuno insuficiente o en ayunas.
Me planteaban un tema recurrente: por las mañanas no hay tiempo y no solemos tener apetito y mi respuesta es que todo depende de lo convencidos que estemos de su importancia, porque si realmente creo que estoy creando un hábito saludable a mis hijos para toda la vida ya haré por levantarnos 30 minutos antes, no necesitamos más, y hacer un desayuno tipo “buffet-hotel-verano”, ante el que siempre he visto a niños, y adultos, disfrutando.
Recordemos que la etapa escolar es el momento más importante para la consolidación de los hábitos alimentarios saludables, como también lo es para la actividad física.
Pero hay más argumentos para convencer: Se ha hablado de la repercusión de un mal desayuno en el rendimiento escolar pero se ha hablado menos de su relación con el riesgo de obesidad.
Cada vez hay más datos que apoyan la relación entre el desayuno y el peso corporal. Un menor número de días en que se desayuna se ha asociado a un mayor Indice de Masa Corporal en los jóvenes. ¿Paradójico?, veamos: desayunar de forma habitual conlleva hábitos alimentarios y de actividad física más regulares o elecciones de alimentos más saludables…por el contrario, cuando no se desayuna de forma regular, hay un aumento del picoteo, patrones de ingesta irregulares o mayor consumo de alimentos de bajo valor nutricional y consumen una mayor cantidad de energía en la cena.
Otra vía por la que el desayuno parece influir en la prevención de obesidad es su impacto potencial en la calidad global de la dieta; al parecer la ingesta de fibra, calcio, vitaminas y hierro es superior, y la de calorías y grasa inferior en los niños que desayunan regularmente.
En resumen, desayunar puede prevenir la obesidad a través de diversos mecanismos biológicos y conductuales, es por tanto un buen marcador de un estilo de vida saludable.
Y otro motivo para el desayuno en casa “con mesa y mantel”, es que la familia debe seguir siendo la principal referencia en relación con la alimentación del niño y un punto de encuentro, dado que son muchos los que pasan el día fuera y comen en el comedor escolar.
Debe proporcionar entre el 25-35 % del total de las necesidades energéticas diarias y contener alimentos variados entre los que no deben faltar fruta y leche.