Llegó a mis manos un cuento, publicado por un laboratorio farmacéutico que promocionaba un nuevo antidepresivo, titulado “Mamá está depre”. La protagonista es una niña, de unos 8 años, que relata en primera persona cómo ha vivido la enfermedad de su madre.
En el cuento, como en la vida real, palpamos el sufrimiento de los niños y, lo que es más grave, un sufrimiento en soledad.
Empieza diciendo: “Un día eché en falta la alegría de mamá (…) entonces sentí por primera vez que Gabriela (su hermana pequeña) y yo estábamos solas en casa; con mamá, pero solas”. Es el descubrimiento, por ella misma, de que algo está pasando. Y el silencio dispara su fantasía. Los adultos tratan de ocultar a los ojos de los niños la enfermedad grave en un intento inútil de evitarles el dolor, inútil porque ellos observan, porque son hábiles en captar los silencios, los gestos, los múltiples detalles de la comunicación no verbal, los tonos en las conversaciones entre los adultos, percibir la atmósfera densa que se ha creado en su hogar cuando algo importante y grave pasa.
Y en el cuento, tras muchos días, es la niña la que toma la iniciativa:”…me atreví a preguntar:¿mamá no viene a darnos las buenas noches?” y ¡por fín! el padre le dice que “mamá está enferma”.
Pero ante el silencio de los adultos, cuando no se da la información clara y adecuada a la edad del niño, surge en él un sentimiento de culpabilidad (“¿está enfadada conmigo?”), el niño cree ser el culpable de la tristeza de su madre o de su padre.
Otra reacción, que también se plantea en el cuento, es la de asumir el papel de protector de la mamá enferma, invirtiendo los papeles. Esta situación supone una sobrecarga para la hija que pasa a hacer de mamá de su propia madre (“…aproveché para recordarle que le diera las medicinas a mamá”, “en el colegio estuve pensando en cómo conseguir que mamá…”, ”cogía a Gabriela y me ponía a jugar con ella para que no llorase y molestase a mamá”).
Como pediatra entiendo el drama que la niña vive, acercarme a su soledad, a su culpabilidad, a su exigencia de ser “una niña buena”, “a portarme como mamá quiere que me porte”, porque es una historia real la de muchos niños que viven la enfermedad grave de su padre o de su madre sin una explicación de lo que está pasando, información que debe ser dada por la persona más cercana al niño, si no es posible que lo haga el progenitor enfermo.
Por último sería necesario que también le quedara claro que va a seguir estando cuidado como siempre, aunque ahora quizás tenga que pasar más tiempo con los abuelos, o con los tíos…dándole la seguridad profunda que el niño necesita.
Isabel Rubio