Esta frase la podemos decir a nuestros hijos en algunos momentos, sobre todo cuando ante un conflicto los corazones se cierran o se endurecen.
Hay ocasiones en que la comunicación entre padres e hijos deriva en un desbarajuste y cuanto más hablamos, más grande es el abismo que abrimos entre nosotros. Entonces, esta frase invita a recomenzar desde otro sitio, a dibujar caminos de encuentro, a generar nuevas posibilidades.
Le llamamos lenguaje del corazón porque es breve, claro, directo y preciso, porque conjuga saber y sentir y ayuda a restablecer el flujo amoroso que determinados hechos o palabras pueden haber perjudicado. No implica un tono cursi, ramplón ni endulzado. Lo que si requiere es cambiar de frecuencia, dejarnos de razones, argumentos, acusaciones y reproches y apelar directamente a los sentimientos, a la forma en que nos sentimos unos y otros y sobre todo, a las necesidades que tenemos para sentirnos bien y para estar en mejor disposición para poder escucharnos.
Los padres y madres, y todas las personas que ejercemos alguna tarea educativa, tenemos que aprender el lenguaje del corazón, enseñarlo e invitar a nuestros hijos a hablarlo. De hecho, ellos lo saben cuando son pequeños y a medida que van creciendo lo desaprenden.
Está muy bien hablar idiomas y saber utilizar los nuevos lenguajes tecnológicos, pero hay una cosa más importante todavía: aprender a expresar adecuadamente lo que sentimos y saber encontrar palabras que toquen el corazón de nuestros hijos.
Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar. El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.