Las chuches son pequeños regalos que damos a nuestros hijos, con demasiada frecuencia en algunas familias. Les compramos golosinas desde la más tierna infancia para gratificarles, más adelante las compraran ellos solos, a veces sin control alguno del adulto, invirtiendo las pequeñas cantidades de dinero de que disponen y suponiendo un aporte demasiado frecuente de azúcares, tan perjudicial para su boca, como calórico, tan perjudicial para su dieta. Sin olvidar su abundancia en cualquier fiesta y cumpleaños.
Pero mi intención hoy es que seamos conscientes, como consumidores bien formados e informados, ante la compra de “las chuches”. Existe mayoritariamente la venta a granel de muchas de ellas, dónde no consta ni la composición, ni dónde se realiza la elaboración e incluso, a veces, ni el registro sanitario; y no hablaré de higiene.
No se trata de ser detectives (aunque lupa necesitamos si queremos leer la mayoría de las composiciones), ni investigadores obsesionados o expertos en edulcorantes, estabilizantes, colorantes, saborizantes, humectantes, espesantes, etc. más bien propongo un uso comedido de ellas y sobre todo el conocimiento de que existe un registro sanitario del producto y debe constar su composición y calorías.
Las chuches son hilos que todavía nos unen a la etapa oral, que gratifican al niño, que aún nos gratifican a nosotros y es admisible su consumo esporádico.
Isabel Rubio