Tengo todavía mentalidad de estudiante, siento que ha terminado el curso escolar, coincide con la disminución de la demanda y son estos días de poco trabajo los que me permiten una reflexión que este año haré en voz alta, reflexión que intenta identificar las causas del malestar que a veces siento con mi trabajo, con lo que hago, que intenta preservar mi salud y por otro lado centrarme en lo esencial que es prestar a “mis niños” y sus familias una atención pediátrica de calidad.
Ejerzo como pediatra en Atención Primaria desde hace 21 años, los últimos 15 en el Centro de Salud de Almoradí. Elegí trabajar en el ámbito extrahospitalario, entre otras razones, porque viví el inicio de la reforma de Atención Primaria, llegaban los aires de la declaración de Alma Ata, el cambio que suponía la atención a los niños no sólo en el aspecto asistencial a sus enfermedades sino la prevención, los programas de salud, la docencia e incluso la investigación, eran aires nuevos, años de ilusión por una atención integral, se ampliaba la edad pediátrica desde el nacimiento hasta la adolescencia, trabajar en equipo….
A lo largo de estos años ha habido frustraciones y satisfacciones.
Frustraciones inherentes a tener que concentrar mi tiempo y esfuerzo a la asistencia de la demanda, fruto de cupos excesivos, “abandonando” en manos de enfermería buena parte de los programas de salud o los programas de educación sanitaria, manteniendo con mucho esfuerzo las consultas programadas, el mismo sobreesfuerzo que supone acudir al Hospital para mantener una formación continuada, porque el estudio todos tenemos asumido que lo hacemos en nuestro tiempo libre. Lleva ligada una frustración que, a temporadas, cambia mi humor a partir de… ¿las 12 de la mañana?, ¿2 de la tarde?…estoy cansada al finalizar la jornada, puedo llevar 5 horas de consulta ininterrumpida en las que mi atención esta concentrada en ofrecer a mis niños y sus familias una atención de calidad a un ritmo trepidante (7-8 minutos por niño); a esas horas un paciente sin cita planteándome un problema banal me causa malestar y crea situaciones que, a estas alturas, no siempre manejo como debiera, retroalimentando a su vez el malestar.
Hay también una frustración que es fruto de la deriva a la que se va abandonando la Atención Primaria, que la sufro, alzo mi voz, pero no está en mi mano resolver.
Hay también una frustración en algunas consultas, cada vez más, en las que no puedo ayudar, problemas psicosociales que requieren un abordaje familiar, la coordinación con otros profesionales y que requieren un tiempo del que no siempre dispongo.
Por último, en algunas ocasiones, pocas afortunadamente, me he sentido mal al convertirse la consulta en una relación proveedor-consumidor.
Pero ganan las satisfacciones. Disfruto con mi trabajo, me levanto con ilusión. Ejercer la pediatría en Atención Primaria (ahora que la situación es de “Salvemos la Pediatría”, slogan con el que la AEP ha lanzado un SOS a la sociedad) es vivir con los padres la ilusión del nacimiento de su hijo, ser un acompañante privilegiado de su crecimiento hasta la adolescencia; nos invitan a ser parte de su familia y proporciona un goteo de satisfacciones realizar ese acompañamiento. Es gratificante la relación con los niños, son afectivos, te ríes con ellos…es gratificante sentir que ayudas a los padres en la crianza, ayudas a que se sientan mejor, los desculpabilizas y aunque a veces hay situaciones duras, puedes consolar, aliviar un poco la carga.
Es gratificante también ejercer la pediatría haciendo las cosas lo mejor posible, con rigor, procurando estar al día en los conocimientos que la ciencia aporta. Y por último, este año añado la satisfacción que me produce el abrir nuevas ventanas que dan aire fresco a mi trabajo, ventana abierta al mundo con este blog y con el que, tras casi 11 meses, sigo disfrutando y descubrir otras ventanas a las que me asomo, de las que aprendo.