¿Y si lo decimos con el lenguaje del corazón?

Esta frase la podemos decir a nuestros hijos en algunos momentos, sobre todo cuando ante un conflicto los corazones se cierran o se endurecen.
Hay ocasiones en que la comunicación entre padres e hijos deriva en un desbarajuste y cuanto más hablamos, más grande es el abismo que abrimos entre nosotros. Entonces, esta frase invita a recomenzar desde otro sitio, a dibujar caminos de encuentro, a generar nuevas posibilidades.
Le llamamos lenguaje del corazón porque es breve, claro, directo y preciso, porque conjuga saber y sentir y ayuda a restablecer el flujo amoroso que determinados hechos o palabras pueden haber perjudicado. No implica un tono cursi, ramplón ni endulzado. Lo que si requiere es cambiar de frecuencia, dejarnos de razones, argumentos, acusaciones y reproches y apelar directamente a los sentimientos, a la forma en que nos sentimos unos y otros y sobre todo, a las necesidades que tenemos para sentirnos bien y para estar en mejor disposición para poder escucharnos.
Los padres y madres, y todas las personas que ejercemos alguna tarea educativa, tenemos que aprender el lenguaje del corazón, enseñarlo e invitar a nuestros hijos a hablarlo. De hecho, ellos lo saben cuando son pequeños y a medida que van creciendo lo desaprenden.
Está muy bien hablar idiomas y saber utilizar los nuevos lenguajes tecnológicos, pero hay una cosa más importante todavía: aprender a expresar adecuadamente lo que sentimos y saber encontrar palabras que toquen el corazón de nuestros hijos.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.
 El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

Me duele decirte “no” y sigue siendo “no”

Un conocido poeta recibió la visita de un colega, que se definía partidario de dejar los niños en total libertad para que crecieran siguiendo su propio impulso. El poeta lo invitó a salir al jardín. Una vez allí, le sorprendió mucho que no hubiera ninguna flor.
Todo eran malas hierbas. “Solía estar lleno de rosas –dijo el poeta–, pero un día decidí dejarlas en total libertad y este es el resultado”.
En un pasado reciente, y en determinados ámbitos, los límites se han asociados al uso de la represión y la frustración como herramientas educativas, y han tenido mala prensa. Pero actualmente cada vez más padres nos damos cuenta de la necesidad de poner unos limites prudentes y razonables a los hijos. Los límites son buenos y convenientes cuando están al servicio de la vida, cuando nos ayudan a encarar nuevos retos de una manera realista, prudente y gradual. Cuando nos protegen de todo aquello que no podemos afrontar con garantías de salir mínimamente bien parados. También son positivos cuando favorecen la convivencia y nos orientan en relación con lo que corresponde y lo que no corresponde en cada momento, con lo que es adecuado o inadecuado en cada lugar y situación.
A muchos padres nos cuesta poner límites, y a menudo nos cuesta mucho, también, mantenerlos un vez puestos. A veces porque somos incapaces de tolerar las protestas que acostumbran a generar en las criaturas y otras veces porque tener que decir “no” a nuestros hijos nos duele tanto o más que a ellos.
Que en algunas ocasiones nos duela decir “no”, no nos tendría que impedir decirlo. Para poner un límite no hace falta recurrir a un autoritarismo insensible y radical. Hacer saber a nuestros hijos que nos sabe mal decirlos no y que a pesar de todo es “no”, confiere más consistencia a este no. Además, supone una manera amorosa, y firme a la vez, de ejercer la autoridad y de mantener una negativa que consideramos coherente y apropiada.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar. 

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

 

Educando con amor


Hace ya muchos años alguien muy querido me regaló este poster que durante mucho tiempo tuve colgado en la pared.
Ahora acabo de leer una hermosa y conmovedora novela, “El olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince, de la que copio sólo dos frases: la primera hablando de cómo su padre entendía y ejercía la educación de sus hijos:
“Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo felíz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz”
La segunda una reflexión del autor, ya adulto:
“Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres”.

Descansamos porque nos funcionan las sinapsis

Una de las cosas que más nos preocupan, a padres y madres, es cómo desarrollar unos hábitos cotidianos saludables en los hijos.
En las conferencias y talleres con familias me preguntan a menudo qué podemos decirles a las criaturas para convencerlas que deben ir a dormir temprano. Muchos padres y madres recurren a justificaciones más o menos típicas como: “tienes que ir porque cuando eres pequeño necesitas dormir más horas, porque si no mañana te costaré mucho levantarte o te dormirás en la escuela, o estarás muy cansada y no rendirás bien…” Todos esgrimen argumentos coherentes y de peso que, no obstante, no siempre funcionan.
A veces, probablemente sin darnos cuenta, tratamos a las criaturas como si fueran un poco bobas. Algunas de las explicaciones que les damos son de lo más simples, como si no pudieran ir más allá de lo evidente. Pero resulta que su potencial es bastante mayor de lo que pensamos. A menudo son capaces de captar el significado de palabras que desconocen y de entender en alguna medida ideas y conceptos que todavía no saben.
A partir de los 5 y 6 años podemos explicarles a las criaturas que nuestro cerebro, para aprender, tiene que hacer unas conexiones que se llaman sinapsis, y que estas sinapsis solamente funcionan bien si descansamos suficiente, es decir, las horas necesarias. Recuerdo con ternura mis hijos con cara de pensar que debe de ser un fastidio que no te funcionen “las sinapsis” y yéndose a dormir convencidos que hacían un gran bien a su cerebro.
Los niños y las niñas pueden comprender y admitir perfectamente explicaciones científicas sencillas, incluso algún término técnico que les resulte desconocido. No tan solo las pueden admitir, si no que, además, les ayuda a aprender, a la vez que hacen posible una comunicación más rica, creativa, eficaz y divertida.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar.
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz.

Quizás también te interese:

Estoy enfadada pero te quiero igual

Ser capaz de decir «Sí, mamá»; una conquista

Estoy contenta cuando venís y cuando marcháis

 

Estoy enfadada, pero te quiero igual

Los padres y madres se supone que somos personas adultas y como tales nos deberíamos caracterizar por nuestra capacidad de conjugar sentimientos ambivalentes o contrapuestos, como por ejemplo el enfado y el amor.
Cuando nuestros hijos hacen alguna cosa que desaprobamos, cuando nos tratan de mala manera o nos dicen algún insulto, tenemos todo el derecho a enfadarnos y expresar nuestro disgusto. No sólo tenemos derecho, si no que incluso es recomendable hacerlo. Pero conviene que aprendamos a hacerlo sin dramas, con un toque sereno y manteniendo siempre intacto el amor.
Sería síntoma de una simplicidad y de una inmadurez impropia de un adulto, dar a entender a nuestros hijos que nuestro amor está supeditado a su conducta y que estar enfadados es incompatible con el hecho de amar. Expresiones como “Estoy muy enfadada contigo y no te quiero” o “Si haces eso no te querré”, instauran las bases del chantaje emocional, la dependencia y la sumisión del otro, y puede tener futuras repercusiones negativas en su manera de relacionarse.
Nuestro amor ha de ser sólido, incondicional y gratuito. Debe de estar a prueba de sus conductas, de sus aciertos y desaciertos, y sobre todo de los vaivenes emocionales que todo esto nos genere. Los hemos de querer por quiénes son y por cómo son, y no por lo que hacen o dejan de hacer.
En lugar de convertir nuestro amor en moneda de cambio, es preferible enseñarlos a enfadarse bien, sin explosiones malsanas, sin dramas, represalias ni revanchas, y convertirnos a la vez en un buen referente del hecho que es posible enfadarse si hacer sangre y sin dañar los vínculos afectivos. Esto nos hará fiables a sus ojos y les proporcionará un sentimiento de seguridad imprescindible para crecer emocionalmente sanos.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar
El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz

Quizás también te interese:
Estoy contenta cuando venís y cuando marcháis

¿Te levanto 10 minutos antes o lloras rápido?

La Virgen despertando al Niño. Obra de Sánchez Cotán. Museo de Bellas Artes de Granada.

Levantarse, vestirse, desayunar alguna cosa y llegar a tiempo al colegio es un drama diario en muchos hogares. Las criaturas lloran, refunfuñan, hacen todo tipo de rabietas. A los padres se nos acaba la paciencia, perdemos los nervios, gritamos. Los ánimos de unos y otros se exaltan. El primer momento estresante del día está servido.
Para resolver situaciones como esta tenemos diversas posibilidades. Algunas veces basta con poner palabras a los sentimientos de la criatura, con reconocer que es una lata tenemos que levantar temprano, tan bien como se está en la cama. Haciendo un poco de teatro, podemos decirles que a nosotros también nos da pereza, protestar un poco y decir algo del estilo: “Ahora dejo de protestar, que me pondría de mal humor, y me visto y me tomo la leche o lo que sea”.
Empatizando con su malestar, permitiendo que se quejen un rato y mostrándoles una manera de resolverlo, los podemos ayudar más fácilmente a transformarlo.
Si esto no funciona, el día de antes o en algún momento en el que estemos tranquilos, podemos preguntar a la criatura qué cree que le ayudaría a levantarse más contenta y vestirse o desayunar más rápido, qué cosas se le ocurren que podemos hacer. De esta manera apelamos a su responsabilidad e imaginación y probablemente nos proponga alguna solución que resulte sorprendentemente factible y eficaz.
Si tampoco así conseguimos resolverlo, podemos recurrir con ternura y buen amor a frases como la de hoy: “¿Mañana que prefieres: te levanto 10 minutos antes o refunfuñas rápido?” Así la criatura se da cuenta de que damos por hecho su malestar y que podemos asumirlo, y a la vez le otorgamos la capacidad de decidir, le concedemos un margen de libertad que a menudo le lleva a escoger lo más coherente y lo más sensato, lo que le hace sentir mayor y mejor: levantarse a la hora sin llorar.

Eva Bach, escritora y pedagoga, aporta reflexiones sobre la comunicación entre padres e hijos a partir de una frase que nos ayuda a educar

El artículo original está escrito en catalán y lo ha traducido Cristina Sanz